jueves, 25 de agosto de 2016

El Socorro del ayer

       
 El barrio del Socorro, como todos nuestros barrios, ha sufrido modificaciones con el paso de los años debido a la evolución de las costumbres sociales, así como a la mejoría experimentada en los medios de comunicación que se han establecido entre este paraje y el núcleo urbano de la ciudad.
         Bueno es hablar de aquellas viejas costumbres que el paso del tiempo quiere borrar, y recordamos con una sonrisa de cariño.
         Al principio de este siglo el caserío del Socorro estaba constituido por la Ermita, la Capilla de Abajo, una serie de cuevas utilizadas como refugio de pescadores y algunas casas de vecinos que se habitaban en verano o durante la fiesta. Estas cuevas servían de cocina y dormitorio, sin embargo carecían de baño, teniendo que realizar estas necesidades detrás de algún balo o tabaiba, o aprovechar el oscuro de la noche para ir a los “callaos” de la mar.
        Años más tarde se fueron construyendo el resto de viviendas que forman el núcleo y que unieron a la Ermita con la Capilla de Abajo, para llegar a formar el actual caserío.
        Es a  finales del siglo XIX y comienzos del XX cuando se labraron las Piedras de Destilar por maestros canteros de Araya y Barranco Hondo, en terrenos de don Miguel Rodríguez Cervantes y conocidos como Piedras Destila, las cuales se transportaban en barcos hasta el Puerto de la Hondura de Santa Cruz de Tenerife. Desde allí se enviaban para su venta a Santa Cruz, La Laguna y a muchos pueblos del norte de la isla. La cueva de José Jorge Pérez sirvió de refugio al barco que las transportaba.
         También por esta época se llevaban piedras de cal al Socorro para su combustión. El material procedía de Fuerteventura y era traído en barcos hasta el Socorro, bajándolo a pequeñas barcas que lo transportaba hasta la orilla. También se desembarcaba en el Puertito y desde allí era llevado a lomos de bestias hasta el Socorro. El horno, del cual se obtenía yeso y cal, era propiedad de la familia Ramos y estaba situado a medio camino entre la Charcada y las Piedras Destila.

         Durante los cinco años que precedieron a la Guerra Civil, se montó vigilancia en las costas del archipiélago por temor a una invasión inglesa. El capitán Quirantes, al mando de la tropa que vigilaba las costas de Güímar, mandó construir los cinco búnker o “nidos de ametralladoras” situados en la costa de El Socorro y un sexto búnker en la zona de la Restinga. Además mandó encalar una cueva en el barranquillo situado detrás de la Capilla de Abajo, convirtiéndola en un tanque que se llenaba a través de una atarjea que construyeron desde la Asomada del Socorro. Con el agua de este tanque se cubrían las necesidades de la tropa y vecinos, medio que se siguió utilizando hasta hace un par de décadas. También se podía obtener agua en la casa de don Pedro Pérez, a la entrada del Socorro, o transportándola desde Güímar en barriles o garrafones de aceitunas, con ayuda de bestias y más tarde en camiones.
         Frente a la Capilla de Abajo se conserva aún el pozo, construido en el siglo pasado, y donde el hijo de Luisa repartía agua a los romeros durante la fiesta del Socorro. El pozo se llenaba con barriles transportados a lomos de bestias y años más tarde con ayuda de cubas.
         Los primeros vecinos que habitaron el Socorro fueron buscando tranquilidad en un lugar de difícil acceso, ya que la única vía de comunicación era el camino de tierra que lo unía con los Majuelos, lejos del bullicio y donde no era imprescindible continuar las costumbres que requería vivir en el pueblo. El agua se traía en latas desde la finca de la Molineta y de noche se alumbraban las viviendas con quinqués, carburos o velas. La comida se hacía con leña o con una cocinilla de petróleo. Así vivieron las hermanas Yanes, la familia de doña Eulogia, don Remigio, don Manuel Alonso y su familia, y don Federico Rodríguez Rodríguez, su hijo Juan Manuel Rodríguez Castellano, su nuera Ramona y los hijos de éstos últimos.
        La primera venta que se estableció en este lugar fue la de Manuel Alonso, a quien le sucedió su hija Carmen. Luego fue la de Pancho, doña María y la cueva de Luisa, donde
incluso se organizaban bailes. Algún que otro bar se improvisaba durante la fiesta, como el que se abría en la parte baja de la casa de Miguel Acosta.
         Con ayuda de faroles y mechones de tea o petróleo, se salía las noches de grandes mareas a coger cangrejos o burgados, para luego sacarlos en la acera de Pancho.
        Los caminos estaban proyectados para el paso de una bestia, así la calle situada al este de la Ermita formaba parte de un antiguo camino que se dividía en dos: uno que llegaba a la finca de la Molineta y el otro que pasaba por la Restinga, playa de la Viuda, Lomo del Caballo, Barranco de Samarines, Risco de la Magdalena y terminaba en Candelaria. Entre la Restinga y la Molineta otro camino unía a estos dos puntos. Era en esta finca de la Molineta, propiedad de D. Modesto Campos donde se sembraba la albahaca con la cual enramaban la Ermita del Socorro.
         Hasta los años sesenta eran pocos los vecinos que pasaban el verano en este lugar, y los que así lo hacían contaban los días para poder ver como el domingo había alrededor de veinte personas bañándose en la Charcada, y algunos en el charco de La Entrada. Todos acudían las noches de luna llena a las aceras o los muros de la Capilla de Abajo ( lo que llamábamos “el Casino”), para oír La Ronda y a Seña Pepa y Cho Venancio a través del radio-transistor, o contar cuentos y chistes, con personas tan entrañables como Álvaro Díaz y su esposa Ramona.
         La mayor parte de los vecinos del pueblo sólo acudían al Socorro durante la fiesta, y muchos no podían hacerlo ya que no era festivo y debían acudir a sus trabajos. Quien tenía una bestia la bajaba en la Romería, y a su lomo cargaba agua y comida, generalmente salmorejo de conejo con papas arrugadas, para almorzar y cenar a la orilla de la mar. La cena se realizaba a media tarde, después de la Ceremonia, para luego regresar al pueblo antes de que saliera la última guagua, o acudir a la procesión de la noche si se quedaban a dormir en alguna cueva o casa, o en la ermita si debían una promesa. Fieles que venían del norte de la isla dormían frecuentemente a los pies de la imagen.
         Durante la fiesta del Socorro ha sido tradicional la venta de manzanas ácidas de la Esperanza, tradición que aún perdura. Frente a los lados sur y oeste de la ermita se levantaban, además, ventorrillos que vendían vino y chochos, así como puestos de churros, con paredes formadas con piedras de tosca y cubriendo el techo con lonas, sábanas, sacos o palmeras. Allí acudíamos en la mañana del día 8 a comprar churros para el desayuno con chocolate.
         En el llano situado entre las Piedras de Estila y el mar se celebraba, hasta hace unos años, importantes luchadas en la tarde del día 7 de Septiembre, y en la noche de ese día un motor generador proporcionaba la luz a la Ermita y a los enrames de las calles del núcleo, alumbrando la procesión de la noche.
         A la Misa, Procesión y Entrada del mediodía del día 8, sólo acudían los vecinos del Socorro y algunos más que pernoctaban allí, ya que volver al Socorro caminando de nuevo se hacía muy difícil después de la Bajada del día anterior.
         A partir del día 8 el lugar volvía a recuperar la tranquilidad, quedando casi solitario.
         A finales de estos años sesenta, se estableció la red de agua potable, con lo cual se cubrieron las primeras necesidades de los vecinos. Al principio de los ochenta se colocó la red de electrificación de viviendas, y a partir de 1995 se estableció el alumbrado público en todo el caserío.
        Hoy, el Socorro se ha convertido en lugar de residencia y vacaciones de muchos güimareros y araferos, quienes de acuerdo con los tiempos de nos ha tocado vivir, disfrutan de una paz y una tranquilidad que para sí quisieran tener otros lugares.
        En la mente de muchos nos ha quedado una canción dedicada a la Virgen del Socorro, cuya melodía tiene como base la canción La Guadalupana, y que nos enseñaron los misioneros durante su estancia en Güímar. Su letra dice así:

                     Es María la Blanca Paloma,
                     llegó a Zaragoza en carne mortal.

                     Y Santiago como lo sabía,
                     a orillas del Ebro la vino a encontrar.

                        Pero Güímar también tiene Reina,
                     Virgen del Socorro Madre Celestial.

                     Y por eso los hijos de Güímar
                     te llamamos Madre,  Madre Celestial.

                     Ya nos vamos hasta el año que viene,
                     Virgen del Socorro déjanos llegar.



                                                                          JUAN MANUEL PÉREZ GONZÁLEZ

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