Bueno es hablar de aquellas viejas
costumbres que el paso del tiempo quiere borrar, y recordamos con una sonrisa
de cariño.
Al principio de este siglo el caserío
del Socorro estaba constituido por la Ermita, la Capilla de Abajo, una serie de
cuevas utilizadas como refugio de pescadores y algunas casas de vecinos que se
habitaban en verano o durante la fiesta. Estas cuevas servían de cocina y
dormitorio, sin embargo carecían de baño, teniendo que realizar estas
necesidades detrás de algún balo o tabaiba, o aprovechar el oscuro de la noche
para ir a los “callaos” de la mar.
Años más tarde se fueron construyendo
el resto de viviendas que forman el núcleo y que unieron a la Ermita con la
Capilla de Abajo, para llegar a formar el actual caserío.
Es a
finales del siglo XIX y comienzos del XX cuando se labraron las Piedras
de Destilar por maestros canteros de Araya y Barranco Hondo, en terrenos de don
Miguel Rodríguez Cervantes y conocidos como Piedras Destila, las cuales se
transportaban en barcos hasta el Puerto de la Hondura de Santa Cruz de
Tenerife. Desde allí se enviaban para su venta a Santa Cruz, La Laguna y a
muchos pueblos del norte de la isla. La cueva de José Jorge Pérez sirvió de
refugio al barco que las transportaba.
También por esta época se llevaban
piedras de cal al Socorro para su combustión. El material procedía de
Fuerteventura y era traído en barcos hasta el Socorro, bajándolo a pequeñas
barcas que lo transportaba hasta la orilla. También se desembarcaba en el
Puertito y desde allí era llevado a lomos de bestias hasta el Socorro. El
horno, del cual se obtenía yeso y cal, era propiedad de la familia Ramos y
estaba situado a medio camino entre la Charcada y las Piedras Destila.
Durante los cinco años que precedieron
a la Guerra Civil, se montó vigilancia en las costas del archipiélago por temor
a una invasión inglesa. El capitán Quirantes, al mando de la tropa que vigilaba
las costas de Güímar, mandó construir los cinco búnker o “nidos de
ametralladoras” situados en la costa de El Socorro y un sexto búnker en la zona
de la Restinga. Además mandó encalar una cueva en el barranquillo situado
detrás de la Capilla de Abajo, convirtiéndola en un tanque que se llenaba a
través de una atarjea que construyeron desde la Asomada del Socorro. Con el
agua de este tanque se cubrían las necesidades de la tropa y vecinos, medio que
se siguió utilizando hasta hace un par de décadas. También se podía obtener
agua en la casa de don Pedro Pérez, a la entrada del Socorro, o transportándola
desde Güímar en barriles o garrafones de aceitunas, con ayuda de bestias y más
tarde en camiones.
Frente a la Capilla de Abajo se
conserva aún el pozo, construido en el siglo pasado, y donde el hijo de Luisa
repartía agua a los romeros durante la fiesta del Socorro. El pozo se llenaba
con barriles transportados a lomos de bestias y años más tarde con ayuda de
cubas.
Los primeros vecinos que habitaron el
Socorro fueron buscando tranquilidad en un lugar de difícil acceso, ya que la
única vía de comunicación era el camino de tierra que lo unía con los Majuelos,
lejos del bullicio y donde no era imprescindible continuar las costumbres que requería
vivir en el pueblo. El agua se traía en latas desde la finca de la Molineta y
de noche se alumbraban las viviendas con quinqués, carburos o velas. La comida
se hacía con leña o con una cocinilla de petróleo. Así vivieron las hermanas
Yanes, la familia de doña Eulogia, don Remigio, don Manuel Alonso y su familia,
y don Federico Rodríguez Rodríguez, su hijo Juan Manuel Rodríguez Castellano,
su nuera Ramona y los hijos de éstos últimos.
La primera venta que se estableció en
este lugar fue la de Manuel Alonso, a quien le sucedió su hija Carmen. Luego
fue la de Pancho, doña María y la cueva de Luisa, donde
incluso se
organizaban bailes. Algún que otro bar se improvisaba durante la fiesta, como el
que se abría en la parte baja de la casa de Miguel Acosta.
Con ayuda de faroles y mechones de tea
o petróleo, se salía las noches de grandes mareas a coger cangrejos o burgados,
para luego sacarlos en la acera de Pancho.
Los caminos estaban proyectados para el
paso de una bestia, así la calle situada al este de la Ermita formaba parte de
un antiguo camino que se dividía en dos: uno que llegaba a la finca de la
Molineta y el otro que pasaba por la Restinga, playa de la Viuda, Lomo del
Caballo, Barranco de Samarines, Risco de la Magdalena y terminaba en
Candelaria. Entre la Restinga y la Molineta otro camino unía a estos dos
puntos. Era en esta finca de la Molineta, propiedad de D. Modesto Campos donde
se sembraba la albahaca con la cual enramaban la Ermita del Socorro.
Hasta los años sesenta eran pocos los
vecinos que pasaban el verano en este lugar, y los que así lo hacían contaban
los días para poder ver como el domingo había alrededor de veinte personas
bañándose en la Charcada, y algunos en el charco de La Entrada. Todos acudían
las noches de luna llena a las aceras o los muros de la Capilla de Abajo ( lo
que llamábamos “el Casino”), para oír La Ronda y a Seña Pepa y Cho Venancio a
través del radio-transistor, o contar cuentos y chistes, con personas tan
entrañables como Álvaro Díaz y su esposa Ramona.
La mayor parte de los vecinos del
pueblo sólo acudían al Socorro durante la fiesta, y muchos no podían hacerlo ya
que no era festivo y debían acudir a sus trabajos. Quien tenía una bestia la
bajaba en la Romería, y a su lomo cargaba agua y comida, generalmente salmorejo
de conejo con papas arrugadas, para almorzar y cenar a la orilla de la mar. La
cena se realizaba a media tarde, después de la Ceremonia, para luego regresar
al pueblo antes de que saliera la última guagua, o acudir a la procesión de la
noche si se quedaban a dormir en alguna cueva o casa, o en la ermita si debían
una promesa. Fieles que venían del norte de la isla dormían frecuentemente a
los pies de la imagen.
Durante la fiesta del Socorro ha sido
tradicional la venta de manzanas ácidas de la Esperanza, tradición que aún
perdura. Frente a los lados sur y oeste de la ermita se levantaban, además, ventorrillos
que vendían vino y chochos, así como puestos de churros, con paredes formadas
con piedras de tosca y cubriendo el techo con lonas, sábanas, sacos o palmeras.
Allí acudíamos en la mañana del día 8 a comprar churros para el desayuno con
chocolate.
En el llano situado entre las Piedras
de Estila y el mar se celebraba, hasta hace unos años, importantes luchadas en
la tarde del día 7 de Septiembre, y en la noche de ese día un motor generador
proporcionaba la luz a la Ermita y a los enrames de las calles del núcleo,
alumbrando la procesión de la noche.
A la Misa, Procesión y Entrada del
mediodía del día 8, sólo acudían los vecinos del Socorro y algunos más que
pernoctaban allí, ya que volver al Socorro caminando de nuevo se hacía muy
difícil después de la Bajada del día anterior.
A partir del día 8 el lugar volvía a
recuperar la tranquilidad, quedando casi solitario.
A finales de estos años sesenta, se estableció la red de agua potable,
con lo cual se cubrieron las primeras necesidades de los vecinos. Al principio
de los ochenta se colocó la red de electrificación de viviendas, y a partir de
1995 se estableció el alumbrado público en todo el caserío.
Hoy, el Socorro se ha convertido en
lugar de residencia y vacaciones de muchos güimareros y araferos, quienes de
acuerdo con los tiempos de nos ha tocado vivir, disfrutan de una paz y una
tranquilidad que para sí quisieran tener otros lugares.
En la mente de muchos nos ha quedado
una canción dedicada a la Virgen del Socorro, cuya melodía tiene como base la
canción La Guadalupana, y que nos enseñaron los misioneros durante su estancia
en Güímar. Su letra dice así:
Es María la Blanca Paloma,
llegó a Zaragoza en carne mortal.
Y Santiago como lo sabía,
a orillas del Ebro la vino a encontrar.
Pero Güímar también tiene Reina,
Virgen del Socorro Madre Celestial.
Y por eso los hijos de Güímar
te llamamos Madre, Madre
Celestial.
Ya nos vamos hasta el año que viene,
Virgen del Socorro déjanos llegar.
JUAN MANUEL PÉREZ GONZÁLEZ
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