jueves, 13 de noviembre de 2014

Diálogo de Catequistas

El autor da una breve reflexión de la importancia y los retos del diálogo de los catequistas. 


Por: Pbro. José Luis Quijano | Fuente: ISCA



"Diálogo de Catequistas"
Dialogar nos hace bien. Implica la apertura de dar y de recibir, el silencio que sabe estar a la escucha y la palabra que brota de ese silencio reflexivo. Yo, que me siento bendecido con la vocación de catequista, hoy escribo estas simples líneas para dialogar con ustedes, catequistas queridos por Dios.
A veces, Él me concede la gracia de poder encontrarlos, estrecharles la mano y continuar este diálogo que se gesta con palabras escritas. Otras veces, recibo sus voces a través de Internet: en los mails y en los foros. Muchas otras veces, ustedes participan del diálogo con el testimonio que dan, y con sus opciones convertidas en vida entregada.
Catequistas que dialogamos. Eso somos. Y dialogar nos hace bien porque nos ayuda a abrir el corazón que se ensancha con la voz del hermano que nos ofrece un buen deseo, un consejo, una historia, un simple cuento para compartir en nuestros encuentros de catequesis.
El hablar crea comunidad; por la palabra recibimos y compartimos. Sin lenguaje, el mundo interior nos oprimiría. La verdadera palabra libera. Pero debe ser verdadera y estar en relación vital con el silencio1.
Hombres y mujeres bendecidos y queridos por Dios.
A veces, caemos en la tentación de creer que la historia comienza con nosotros. Tenemos la pueril sensación de un pasado que no existió o que no dio frutos o que perdió toda vigencia. La búsqueda de lo inédito, a la cual tantas veces nos hemos convocado unos a otros, y una cierta urgencia por responder a los desafíos de este tiempo nos lleva, a veces, a olvidar el pasado y a olvidar, por lo tanto, a esos hombres y mujeres queridos y bendecidos por Dios que hicieron tanto por la catequesis.
La valentía de la reflexión de quienes lideraron y vivieron la renovación catequística hace más de cincuenta años. El entusiasmo y la apertura ante las ideas renovadoras del Concilio; la paciencia y el tesón que los mantenía alertas en la construcción de una nueva catequesis; el respeto y la escucha ante la renovación de la teología y de la liturgia; la perseverancia y la decisión para fundar los seminarios catequísticos que se fueron expandiendo por el país. Un verdadero tiempo de primavera en el que trabajaron muchos catequistas que hoy vienen a la memoria de nuestro corazón.
El trabajo artesanal y silencioso que recogió las voces de los catequistas durante el Congreso de 1987, cuando la tecnología todavía no facilitaba estos emprendimientos; la lucidez de aquellos hombres y mujeres que floreció en el documento Juntos para una Evangelización Permanente, que todavía conserva fuerza y vigencia; la cantidad inmensa de catequistas que palpitaron antes del Congreso en los trabajos previos en sus comunidades y, después, en el testimonio grandioso de tantos catequistas reunidos en Rosario. La entrega de siempre de tantos hombres y mujeres bendecidos y queridos por Dios. Queremos honrar a esos catequistas de ayer porque ellos honraron su vida y su vocación a través de la misión.
Algunos ya no están, otros nos siguen acompañando, como verdaderos vigías, y su vida sigue siendo una llama encendida en medio de este tiempo complejo y desafiante. A nosotros, que oímos sus historias, que leímos y usamos sus libros, que los respetamos y, tal vez, hasta los admiramos; a nosotros nos toca hoy mantener la llama encendida de una catequesis que no sólo se vive, sino que también se piensa.
Nos compete ser testigos y herederos de sus virtudes. Para que, cuando pensemos en la identidad del catequista, no nos mantengamos en teorizaciones con un cierto tono de ideal inalcanzable. Los catequistas de nuestra historia fueron y son hombres y mujeres de carne y hueso que nos regalan el buen ejemplo de sus virtudes.
Expectantes ante las conclusiones del III CCN, miramos la historia y nos lanzamos al futuro con la esperanza del día que amanece. Se trata simplemente de tomar la antorcha y de mantener la llama encendida. No es verdad que el tiempo pasado fue más fácil, tuvo otros desafíos y otras complejidades. Esos hombres y mujeres bendecidos y queridos por Dios fueron verdaderos luchadores. Algunos de ellos, en todo el mundo, todavía hoy entregan el tesoro de su pensamiento catequético y nosotros aprendemos y nos enriquecemos con lo que ellos nos dan.
Es verdad que estamos en un cambio de época y que hay una crisis poderosa en la transmisión de la fe, pero sabemos, “en nuestro corazón, que no es lo mismo la vida sin Jesús”2y esto “nos ayuda y nos da esperanza”3. “Estamos  llamados a ofrecer a los demás el testimonio explícito del amor salvífico del Señor que, más allá de nuestras imperfecciones, nos ofrece su cercanía, su Palabra, su fuerza y le da un sentido a nuestra vida”.4
Cuando la siembra parece ser estéril; cuando la semilla parece dormir en el silencio oscuro de la tierra; cuando el cansancio nos agobia; cuando, ante la indiferencia, nos sentimos con las manos vacías; ¡qué bueno es recordar que Dios está de nuestra parte! La luz brilla siempre en las tinieblas y las vence. La sociedad en la que vivimos puede parecerse, en parte, a un escenario oscuro y pródigo en confusiones. Pero Dios no sólo está atento. Está presente y obrante. La luz inspiradora de los catequistas de ayer nos impulsa a ser testigos de la luz, testigos de Dios en el mundo.

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