lunes, 24 de abril de 2017

Festividad del Santo Hermano Pedro

Esta tarde tendremos la celebración de la Eucaristía en honor al Santo Hermano Pedro en la Ermita de El Socorro a las 19 horas.

El hermano Pedro nació en la isla de Tenerife y murió en la Antigua Guatemala, donde está enterrado en la iglesia de San Francisco el Grande. Tras una juventud dada a la piedad y al trabajo, embarcó para América con el ideal de evangelizar a los nativos y socorrer a los necesitados. Con sus 16 años dedicados en Guatemala al cuidado de los enfermos, los pobres, los analfabetos, etc., y las obras que para ellos promovió, ha permanecido en la memoria de todos como el Santo hermano Pedro o, sencillamente, el Hermano Pedro. Juan Pablo II lo beatificó en 1980 y lo canonizó el 30 de julio de 2002, siendo el primer santo guatemalteco y tinerfeño.
El hermano Pedro de San José Betancur nace en Vilaflor de Tenerife (Islas Canarias, España) el 21 de marzo de 1626 y muere en Guatemala el 25 de abril de 1667. La distancia en el tiempo no opaca la luz que emana de su figura y que ha iluminado tanto a Tenerife como a toda la América Central desde aquellos remotos días de la Colonia.
El hermano Pedro de San José Betancur supo leer el Evangelio con los ojos de los humildes y vivió intensamente los Misterios de Belén y de la Cruz, los cuales orientaron todo su pensamiento y acción de caridad. Hijo de pastores y agricultores, tuvo la gracia de ser educado por sus padres profundamente cristianos; a los 23 años abandonó su nativa Tenerife y, después de 2 años, llegó a Guatemala, tierra que la Providencia había asignado para su apostolado misionero.
Apenas desembarcado en el Nuevo Mundo, una grave enfermedad lo puso en contacto directo con los más pobres y desheredados. Recuperada inesperadamente la salud, quiso consagrar su vida a Dios realizando los estudios eclesiásticos pero, al no poder hacerlo, profesó como terciario en el Convento de San Francisco, en la actual Antigua Guatemala, con un bien determinado programa de revivir la experiencia de Jesús de Nazaret en la humildad, la pobreza, la penitencia y el servicio a los pobres.
En un primer momento realizó su programa como custodio y sacristán de la Ermita del Santo Calvario, cercana al convento franciscano, que se convierte en el centro irradiador de su caridad. Visitó hospitales, cárceles, las casas de los pobres; los emigrantes sin trabajo, los adolescentes descarriados, sin instrucción y ya entregados a los vicios, para quienes logró realizar una primera fundación para acoger a los pequeños vagabundos blancos, mestizos y negros. Atendió la instrucción religiosa y civil con criterios todavía hoy calificados como modernos.
Construyó un oratorio, una escuela, una enfermería, una posada para sacerdotes que se encontraban de paso por la ciudad y para estudiantes universitarios, necesitados de alojamiento seguro y económico. Recordando la pobreza de la primera posada de Jesús en la tierra, llamó a su obra «Belén».
Otros terciarios franciscanos lo imitaron, compartiendo con el hermano Pedro penitencia, oración y actividad caritativa: la vida comunitaria tomó forma cuando el hermano Pedro escribió un reglamento, que fue adoptado también por las mujeres que atendían a la educación de los niños; estaba surgiendo aquello que más tarde debería tener su desarrollo natural: la Orden de los Bethlemitas y de las Bethlemitas, aun cuando éstas sólo obtuvieron el reconocimiento de la Santa Sede más tarde.
El hermano Pedro se adelantó a los tiempos con métodos pedagógicos nuevos y estableció servicios sociales no imaginables en su época, como el hospital para convalecientes. Sus escritos espirituales son de una agudeza y profundidad inigualables.
Muere apenas a los 41 años el que en vida era llamado «Madre de Guatemala». A más de tres siglos de distancia, la memoria del «hombre que fue caridad» es sentida grandemente, viva y concreta, en su nativa Tenerife, en Guatemala y en todos los lugares donde se conoce su obra. El hermano Pedro fue beatificado solemnemente por Juan Pablo II el 22 de junio de 1980 y canonizado el 30 de julio de 2002, en un acontecimiento de incalculable valor pastoral y eclesial para Guatemala y para toda América.

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