Hemos de entrar en nosotros mismos y ver que nos estorba, materialmente, moralmente,
personalmente y comunitariamente, para saber a qué hemos de convertirnos.
No podemos olvidar que lo importante sucede en lo cotidiano de la vida, por ello,
preocupémonos de nuestra sequedad espiritual. No hablemos de un Cristo que no conocemos,
que no es nuestro centro, nuestra referencia. Creer en Dios no sólo es hacer cosas buenas,
no es sólo pensar que existe, es mucho más.
El Señor ha puesto en nuestras manos su misión.
Estamos en tiempo de misión, en
el año del discipulado, de ayudar al hermano a encontrarse con Cristo. La misión se lleva
siempre en medio de las dificultades. Nuestra misión es explicar y curar, priorizando el
tiempo al espacio.
Hemos de reconocer que hay lugares de nuestra vida que están cerrados a Dios, a
cal y canto. ¿Por qué no abrir la puerta del corazón, de mi casa, para que el Señor me limpie?
Deja que el Señor entre, Él no viene a humillarte, viene a liberarte. Hemos de pensar
en el daño que le hacemos a Dios con nuestro pecado, para ello nos ayuda el examen de
conciencia, que es escuchar la voz de Dios, que nos invita a volver. El tentador siempre se
mete por la rendija más fácil. No seamos mediocres, pues seguiremos siendo insensibles,
viviendo la verdad a medias, utilizando lo sagrado, siendo funcionarios de lo religioso, poniéndonos
como objetivo y no como servidores.
Te invito a que aproveches cada acto de piedad, celebración, eucaristía, rato de oración
comunitaria o personal, meditando la Palabra de Dios, en la liturgia, en los ratos que
compartas con la cofradía, arreglando cada paso, en las procesiones a que abramos la puerta
de nuestro corazón a Dios, a acoger la mirada de Jesús, a preocuparnos de ser acogedores
y testimonio para los creyentes y no creyentes, a crecer en coherencia fe-vida, anunciando
lo que hemos experimentado tras el encuentro con el maestro de Nazaret, a crecer en ser
curiosos en las cosas de Dios, a ser cercanos con todos, a participar con gusto, en el camino
de la fe. Es un tiempo oportuno para ser caritativos. La caridad no es optativa en la Iglesia.
Vivamos cada Eucaristía. No hay vida cristiana sin eucaristía. Sin eucaristía no hay Iglesia.
Es alimento de donde brota la vida nueva.
Aprovechemos para identificarnos con la cruz de Cristo, que él sea el centro de mi
vida. Ante la pasión de Cristo no puedo ser neutral, en la vida diaria somos testigos de tanto
dolor y en la cruz encontramos muchas respuestas, sus heridas nos han curado. La Cruz de
Cristo es sabiduría. No podemos aceptar la cruz sin el crucificado, la cruz sola es la mayor
atrocidad, es aceptar las injusticias, la muerte sin sentido, lo que nos salva no es la cruz,
sino Cristo. La muerte de Cristo es camino de resurrección. En la pasión y muerte Cristo se
ha identificado con todos los sufrimientos humanos. Jesús se hace perdedor de la historia
para salvarnos. Contemplemos como Cristo padece, sufre, se siente sólo, condenado, abandonado
y muere por cada uno de nosotros. No seamos indiferentes antes los hechos que
vamos a vivir, que no nos pase como a los discípulos en Getsemaní, que mientras el maestro
sufría lo impensable, ellos dormían a gusto, como si aquello no fuera con ellos. Contemplemos
el silencio de Dios, que no es ausencia, sino presencia callada.
Cosme Piñero Cubas, José Francisco Santana
Jiménez y Pedro José Pérez Rodríguez
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