El Catecismo de la Iglesia católica recoge la doctrina del Concilio Vaticano I, en la que se afirma la capacidad racional del hombre para conocer la existencia de Dios:
“La santa Iglesia, nuestra Madre, mantiene y enseña que Dios, principio y fin de todas cosas, puede ser conocido con certeza mediante la luz natural de la razón humana a partir de las cosas creadas” (CIC 36).
A esto añade el mismo Catecismo una constatación realista: son muchas las dificultades que en la práctica tenemos para llegar al conocimiento de Dios, mediante el ejercicio de la razón (Cf. CIC 37).
Esas dificultades, lejos de decrecer, en nuestros días han aumentado. En efecto, la cultura dominante no se caracteriza por la racionalidad, sino por el impacto visual, visceral, puntual y voluble.
En este contexto, los argumentos metafísicos con los que Santo Tomás de Aquino demostraba en el siglo XIII la existencia de Dios, sin haber dejado de ser verdaderos, están supeditados a la capacidad de raciocinio del hombre, que no siempre podemos dar por supuesta. Desgraciadamente, la filosofía occidental contemporánea ha renunciado mayoritariamente a plantearse las cuestiones fundamentales sobre la verdad objetiva y el sentido de la existencia, para reducirse al ámbito de la practicidad inmediata, ignorando los anhelos más profundos del hombre.
“La santa Iglesia, nuestra Madre, mantiene y enseña que Dios, principio y fin de todas cosas, puede ser conocido con certeza mediante la luz natural de la razón humana a partir de las cosas creadas” (CIC 36).
A esto añade el mismo Catecismo una constatación realista: son muchas las dificultades que en la práctica tenemos para llegar al conocimiento de Dios, mediante el ejercicio de la razón (Cf. CIC 37).
Esas dificultades, lejos de decrecer, en nuestros días han aumentado. En efecto, la cultura dominante no se caracteriza por la racionalidad, sino por el impacto visual, visceral, puntual y voluble.
En este contexto, los argumentos metafísicos con los que Santo Tomás de Aquino demostraba en el siglo XIII la existencia de Dios, sin haber dejado de ser verdaderos, están supeditados a la capacidad de raciocinio del hombre, que no siempre podemos dar por supuesta. Desgraciadamente, la filosofía occidental contemporánea ha renunciado mayoritariamente a plantearse las cuestiones fundamentales sobre la verdad objetiva y el sentido de la existencia, para reducirse al ámbito de la practicidad inmediata, ignorando los anhelos más profundos del hombre.
Juan Pablo II describía así en la encíclica Fides et Ratio la crisis de pensamiento del momento presente: “Tanto la fe como la razón se han empobrecido y debilitado una ante la otra. La razón, privada de la aportación de la Revelación, ha recorrido caminos secundarios que tienen el peligro de hacerle perder de vista su meta final. La fe, privada de la razón, ha subrayado el sentimiento y la experiencia, corriendo el riesgo de dejar de ser una propuesta universal.” (n. 48)
En este contexto, y sin dejar en el olvido la labor subsidiaria que la fe está llamada a desarrollar en el terreno de la reflexión filosófica, es necesario proponer al hombre de hoy otras vías de acceso a Dios, que, aunque sean menos concluyentes desde el punto de vista racional, frecuentemente serán más efectivas, supuestas las características de nuestra cultura. Por lo demás, las vías racionales del conocimiento de Dios, siempre estuvieron complementadas con estas otras “vías existenciales”. Proponemos brevemente algunas de ellas:
1.- El testimonio de los santos:
Las virtudes heroicas que el Espíritu Santo ha suscitado en los santos, maravillan y cuestionan a todos aquellos que buscan la verdad y están dispuestos a seguirla una vez encontrada. En la historia de la Iglesia hemos podido comprobar frecuentemente que el testimonio de los santos ha ganado más almas para Dios que la erudición de los sabios. Es verdad que no debemos oponer las vías racionales a las existenciales, pero tampoco conviene que olvidemos aquel refrán: "Las palabras -a lo sumo- convencen, pero el ejemplo arrastra".
2.- El grupo cristiano:
Es claro que Dios es “familia” y que tiene un estilo “comunitario”. Quiso revelarse a un pueblo, y está especialmente presente allí donde nos reunimos en su nombre. El encuentro con Dios no se suele producir caminando “por libre”. De hecho, es mucho más difícil encontrar la meta caminando en solitario.
Por el contrario, Dios sale al encuentro del hombre en su Iglesia, y con frecuencia lo hace a través de otras personas o del arropamiento de algún carisma concreto.
3.- El cultivo de la paz interior:
El estrés sofocante que comporta nuestro ritmo de vida, ha desarrollado una sensibilidad especial que valora sobremanera la paz interior. La Iglesia está llamada a cuidar espacios de silencio para el encuentro con Dios. Uno de los signos de los tiempos que observamos con sorpresa en estos momentos de intensa secularización, es la gran atracción que ejercen los monasterios contemplativos.
Sin embargo, conviene que hagamos una matización: mientras que en determinadas escuelas, la paz interior se oferta como una “técnica” para alcanzar un estado psicológico placentero; sin embargo, la Iglesia predica la fe cristiana, no precisamente como una técnica de relajación, sino como la “clave de sentido” de la que la paz interior es una mera consecuencia.
4.- El humanismo cristiano:
En nuestra cultura agnóstica, el hombre es presentado como la medida de todas las cosas. La existencia de Dios se pone en cuestión, ante la sospecha de que la fe pueda mermar la autonomía del hombre. Sin embargo, estos prejuicios caen por su propio peso, en la medida en que se demuestra la capacidad humanizadora del cristianismo. La Iglesia ha sido y es experta en humanidad, de forma que en su experiencia nos muestra a Cristo como la culminación de las aspiraciones de plenitud de la humanidad y como el camino práctico para verlas realizadas. La historia se ha encargado de demostrar que sin Dios no hay creencia auténtica en el hombre.
5.- La capacidad crítica ante los límites del agnosticismo:
No podemos menospreciar la “vía negativa” para llegar a Dios. En efecto, hay quienes llegan a Dios por exclusión (“Si Dios no existe, todo está permitido” Dostoiewski). La cruda experiencia de la degeneración moral en la que desemboca la secularización, ha permitido a muchos superar sus prejuicios ideológicos de partida, para abrirse al hecho religioso con disposición receptiva. Chesterton lo expresaba con gran agudeza: “Quitad lo sobrenatural, y no encontraréis lo natural, sino lo antinatural”.
En resumen, las tradicionales vías racionales para el conocimiento de Dios, son complementadas por tantas vías "existenciales” de las que el Señor se sirve para salir a nuestro encuentro. No en vano, Benedicto XVI afirmaba en una de sus catequesis sobre los Santos Padres, que el camino privilegiado para conocer a Dios es el amor. “No existe un auténtico conocimiento de Dios sin enamorarse de Él”.
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