martes, 15 de diciembre de 2015

Realidad e ideas






Frases como estas aparecen una y otra vez: “la realidad existe, pero no existen las ideas”; o “la realidad es lo importante, luego vienen las ideas”; o “las ideas valen mucho menos que la realidad”; o “las ideas pueden ser verdaderas o falsas, pero la realidad siempre es verdadera”.
En esas frases, con sus matices diferentes, se esconde una “idea” común: por un lado existe la realidad, y por otro las ideas.
De ahí la gran paradoja: decir que la realidad es superior a las ideas, que lo abstracto no vale nada, o vale muy poco, y que lo concreto es lo que más vale, es afirmar una “idea”... En otras palabras, es haber llegado a comprender algo y a expresarlo a través de conceptos, de ideas, de fórmulas abstractas.
El ser humano, en su continuo esfuerzo para comprender la realidad, no puede prescindir de las ideas. Cada cosa que pensamos está siempre en relación con ideas.
Serán ideas mejores o peores, claras o confusas, bien relacionadas entre sí o con asociaciones falsas. Pero serán siempre ideas.


Por eso, contraponer realidad e ideas tiene un sentido extrañamente contradictorio, porque quien lo hace piensa y dice, con ideas, que las ideas son poco importantes.
Ciertamente, la idea de realidad suscita en casi todos la convicción de que existe algo que se impone a nuestros pensamientos y que los juzga. Pero esa convicción, nuevamente, es una idea, y sin la misma es imposible reflexionar ni entablar un auténtico diálogo.
En el camino de la experiencia humana, ideas y realidades están en una unión estrecha, profunda, rica, compleja. No podemos rechazar las ideas, ni considerarlas como algo despreciable. Son compañeras inseparables que nos permiten avanzar hacia la verdad, si sabemos analizarlas correctamente, y si nos iluminan en la búsqueda de Dios y de los más grandes ideales (ideas) que desean nuestros corazones: la belleza, el bien, la justicia, la eternidad...

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