«Queridos hermanos y hermanas,
¡buenos días!
En estos días la liturgia de la
Iglesia ha puesto delante de nuestros ojos la imagen de la Virgen María Madre
de Dios. El primer día del año es la fiesta de la Madre de Dios, a la cual
sigue la de la epifanía, con el recuerdo de la visita de los Reyes Magos.
Escribe el evangelista Mateo: “Cuando entraron en la casa vieron el niño con
María su madre, se postraron y lo adoraron”. Es la Madre que después de haberlo
generado, presenta el Hijo al mundo. Ella nos da a Jesús, ella nos muestra a
Jesús, ella nos hace ver a Jesús.
Continuamos con las catequesis
sobre la familia. En la familia está la madre. Cada persona humana debe su vida
a una madre, y casi siempre le debe mucho de su existencia sucesiva, de su
formación humana y espiritual. La madre entretanto, si bien es muy alabada
desde el punto de vista simbólico, tantas poesías, tantas cosas bellas que se
dicen de la madre..., es poco ayudada en la vida cotidiana, poco considerada en
su rol central en la sociedad. Más aún, muchas veces se aprovecha de la
disponibilidad que tienen las madres de sacrificarse por los hijos, para
'ahorrar' en el gasto social.
Sucede también en la comunidad
cristiana que la madre no siempre sea tenida en la debida consideración, que
sea poco escuchada. Si bien en el centro de la vida de la Iglesia está la madre
de Jesús. Quizás las madres, prontas a tantos sacrificios por los propios
hijos, y no raramente también por los de otros, deberían ser más escuchadas.
Sería necesario entender más su
lucha cotidiana para ser eficientes en el trabajo, y atentas y cariñosas en la
familia; habría que entender mejor a aspiran para expresar los frutos mejores y
auténticos de su emancipación. Una madre con los hijos tiene siempre trabajo,
problemas. Me acuerdo en mi casa que éramos cinco, y mientras uno combinaba
una, el otro preparaba otra, y la pobre mamá iba de un lado al otro, pero era
feliz. Dio tanto.
Las madres son el antídoto más
fuerte a la expansión del individualismo egoísta. 'Individuo', quiere decir que
no se puede dividir. Las madres en cambio se dividen desde el momento en el que
aceptan un hijo para darlo al mundo y hacerlo crecer. Son ellas, las madres,
quienes más odian las guerras que asesinan a sus hijos. Tantas veces he pensado
en aquellas mamás cuando recibieron la carta que dice que su hijo cayó en
defensa de la patria. Pobres mujeres, como sufre una madre.
Son ellas quienes dan testimonio
de la belleza de la vida. El arzobispo Oscar Arnulfo Romero, decía que las
mamás viven un 'martirio materno'. En una homilía cuando un sacerdote fue
asesinado por los escuadrones de la muerte, él dijo, haciendo eco al Concilio
Vaticano II:
“Todos debemos estar dispuestos a
morir por nuestra fe, mismo si el Señor no nos concede este honor... Dar la
vida no significa solamente ser asesinados; dar la vida, tener espíritu de
martirio es dar en el propio deber, en el silencio, en la oración, en el
cumplimiento honesto del deber; en aquel silencio de la vida cotidiana; dar la
vida poco a poco. Sí, como la da una madre que sin temor y con la simplicidad
del martirio materno, concibe en su vientre a un hijo, lo da a la luz, lo
amamanta, lo hace crecer y lo atiende con afecto. Es dar la vida. Y estas son
las madres. Es martirio”.
Sí, ser madre no significa
solamente traer un hijo al mundo, pero es también tomar una decisión de vida,
la decisión de dar la vida. ¿Qué elige una madre, cuál es la elección de vida
de una madre?, la elección de vida de una madre es dar la vida, y esto es
grande, es bello.
Una sociedad sin madres sería una
sociedad inhumana, porque las madres saben siempre dar testimonio, mismo en los
peores momentos, con ternura, dedicación y fuerza moral.
Las madres transmiten muchas
veces también el sentido más profundo de la práctica religiosa: en las primeras
oraciones, en los primeros gestos de devoción que un niño aprende, está escrito
el valor de la fe en la vida de un ser humano. Es un mensaje que las madres
creyentes saben transmitir sin tantas explicaciones: estas llegarán después,
pero la semilla de la fe está en aquellos primeros y preciosísimos instantes.
Sin las madres, no solamente no
habría nuevos fieles, pero la fe perdería buena parte de su calor simple y
profundo. Y la Iglesia es madre, con todo esto, es nuestra madre. Nosotros no
somos huérfanos, tenemos madre: la Virgen, la Iglesia y nuestra madre. Somos
hijos de la Iglesia, somos hijo de la Virgen y somos hijos de nuestras madres.
Queridas mamás, gracias, gracias
por lo que son en las familias y por lo que dan a la Iglesia y al mundo. Y a ti
amada Iglesia gracias, gracias por ser madre; y a ti María madre de Dios,
gracias por hacernos ver a Jesús. Y a todas las mamás aquí presentes les
saludamos con un aplauso.
PAPA FRANCISCO
No hay comentarios:
Publicar un comentario