EL TEMOR DE DIOS
Queridos hermanos y hermanas,
¡buenos días!
El don del temor de Dios, del
que hablamos hoy, concluye la serie de los siete dones del Espíritu Santo. No
significa tener miedo de Dios, Omnipotente y Santo: sabemos bien que Dios es
padre, que nos ama y quiere nuestra salvación, motivo por el cual no hay motivo
de tener miedo de Él. El temor de Dios, en cambio, es el don del Espíritu que
nos recuerda cuanto somos pequeños delante a Dios y a su amor, y que nuestro
bien está en abandonarnos con humildad, respeto y confianza en sus manos (…).
Cuando el Espíritu Santo toma
posesión en nuestro corazón, nos infunde consolación y paz, y nos lleva a
sentirnos así como somos. O sea pequeños, con esa actitud --tan
recomendada por Jesús en el Evangelio-- de quien pone todas sus preocupaciones
y sus espectativas en Dios y se siente envuelto y sostenido por su calor y su
protección, ¡como un niño con su papá!
En este sentido entonces
comprendemos bien como el temor de Dios pasa a asumir en nosotros la forma de
la docilidad, del reconocimiento, de la alabanza, llenando nuestro corazón de
esperanza.
Muchas veces de hecho, no
logramos entender el designio de Dios y nos damos cuenta que no somos capaces
de asegurarnos por nosotros mismos la felicidad eterna. Y justamente en la
experiencia de nuestros límites y de nuestra pobreza, el Espíritu nos conforta
y nos hace percibir como la única cosa importante sea dejarse conducir por
Jesús entre los brazos del Padre.
Por ello tenemos tanta
necesidad de este don del Espíritu Santo. El temor de Dios nos hace tomar
conciencia que todo viene de la gracia y que nuestra verdadera fuerza está
únicamente en seguir al Señor Jesús y en dejar que el Padre pueda derramar
sobre nosotros la bondad de su misericordia. (...)
Cuando estamos tomados por el
temor de Dios, entonces somos llevados a Seguir al Señor con humildad,
docilidad y obediencia. Esto entretanto, no con una actitud resignada y pasiva
(…) pero con el estupor y la alegría de un hijo que se reconoce servido y amado
por el Padre. El temor de Dios por lo tanto, no nos vuelve cristianos tímidos,
resignados y pasivos, pero genera en nosotros: ¡coraje y fuerza! Es un don que
nos vuelve cristianos convencidos, entusiastas, que no se someten al Señor por
miedo, pero porque están conmovidos y conquistados por su amor.
Entretanto (…) el don del temor
de Dios es también una 'alarma' delante de la pertinacia del pecado. Cuando una
persona vive en el mal, cuando blasfemia contra Dios, cuando explota a los
otros, cuando se vuelve tirano, cuando vive solamente para el dinero, la
vanidad, el poder, el orgullo. Entonces el santo temor de Dios nos pone en
alerta: atención (…) Así no serás feliz, (…)
Pienso por ejemplo a las
personas que tienen responsabilidad sobre otros y se dejan corromper; (…)
pienso a aquellos que viven de la trata de personas y del trabajo de esclavo
(...); pienso a quienes viven de la trata de personas y del trabajo de esclavo
(...); pienso a quienes fabrica armas para fomentar las guerras... (…) Que el
temor de Dios les haga comprender que un día todo termina y será necesario
rendir cuentas a Dios.
Queridos amigos, el salmo 34
nos hace rezar así: “Este pobre grita y el Señor lo escucha, lo salva de todas
sus angustias. El ángel del Señor se acampa entorno a aquellos que lo temen y
los libera”. Pedimos al Señor la gracia de unir nuestra voz a la de los pobres,
para recoger el don del temor de Dios y poder reconocernos junto a ellos,
revestidos de la misericordia y del amor de Dios, que es nuestro padre, nuestro
papá. ¡Qué así sea!
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