martes, 18 de marzo de 2014

Mañana celebraremos la Festividad de San José

Celebraremos en nuestras parroquias la festividad de San José los siguientes días:

Martes 18; A las 19 horas en la parroquia de San Pedro Apóstol

Miércoles 19: A las 19 horas en la parroquia de Santo Domingo de Guzmán




Basta un vistazo veloz a tres escenas del Evangelio de san Mateo para darse cuenta de la talla de hombre que era san José. Pudiera ser que, para muchos, san José no sea más que una estatuilla bonita, sencilla, humilde, inofensiva, en el clásico nacimiento navideño en que el protagonismo en la gruta de Belén lo toman la Santísima Virgen y el Niño Jesús en el pesebre. San José sería más bien un anciano venerable, discreto y apacible, respetuoso de un evento que no le pertenece del todo. Sin embargo, adentrándonos sólo un poco detrás de las líneas del Evangelio, comienza a brillar con luz propia la santidad de ese hombre tan poco vistoso y espectacular.

“Resolvió abandonarla en secreto” (Mt 1,19). “Mientras pensaba en esto, el Ángel del Señor se le apareció en sueños”. (Mt 1,20). “Al despertar, José hizo lo que el Ángel del Señor le había ordenado: llevó a María a su casa” (Mt 1, 24). 

Hay que decir que José de Nazaret era un hombre verdaderamente normal. Tenía su trabajo, sus ingresos, su casita, su buen nombre, planes y buenos propósitos en la vida. Según la Biblia era, incluso, un “hombre justo”. Uno de los rumbos que su vida estaba tomando era el de comenzar a establecer una familia. Para ello, estaba ya desposado con una joven de Nazaret. De un día para otro, recibe una noticia y parece que la vida le hace una mala jugada. La joven está embarazada. ¿Qué hacer? Decide no repudiarla, sino sólo dejarla.

En sí, la situación le resultaría dolorosa, muy contrastante a la vida que con tanta honestidad y cuidado se había ido forjando. Sin embargo, antes de poder actuar, recibe un mensaje del Cielo. No ha de hacer lo que tiene resuelto. Ha de acoger a la joven en su casa y ha de ofrecer a ella y a su hijo un hogar. No ha de hacer preguntas: es cosa de Dios, es una orden que viene de lo alto. Dios está invitándoles para una misión que sólo él puede cumplir. Y José cumple. No sabemos más. No sabemos si tardó en responder, si la petición le causó una honda conmoción o si en algún momento se planteó el no obedecer. Sabemos sólo que su misión era ésa, y que no se echó para atrás. Admirable condescendencia de un hombre sencillo, perdido en un pueblo de las montañas de Galilea.

“Levántate, toma al niño y a su madre, huye a Egipto y permanece allí hasta que yo te avise” (Mt 2,13). “José se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y se fue a Egipto” (Mt 2,14). 

La historia continúa. La misión, ardua hasta ahora, pues han tenido que realizar un viaje arriesgado desde Nazaret hasta Belén y María ha tenido que dar a luz en una fría y penosa gruta, no ha terminado. Después de ser testigo de escenas conmovedoras, de un nacimiento milagroso, del amor del todo diverso que irradia de María y de ese Niño y que llena el corazón, José vuelve a ser llamado en causa. Fue en sueños, una vez más en modo totalmente inesperado. Una nueva misión: Egipto. El país de la antigua esclavitud. Egipto. País que tenía que ser del todo desconocido para dos sencillos aldeanos de Galilea. Egipto. Y José cumple. ¿Cuánto tiempo estuvieron ahí? ¿Cómo hicieron para sobrevivir ahí? ¿Dónde residieron? ¿A qué se dedicaron? ¿Cuánto sufrieron? ¿Cuántos peligros afrontaron en el viaje? Nada sabemos. Sabemos sólo que José cumplió. Dios le pidió algo muy concreto desde el Cielo, algo costoso, y José no se echó para atrás. Ejemplar docilidad de un hombre desconocido que no quería ser un obstáculo para el plan de Dios.


“Levántate, toma al niño y a su madre, y regresa a la tierra de Israel” (Mt 2,20).
“José se levantó, tomó al niño y a su madre, y entró en la tierra de Israel” (Mt 2,21). 


No nos dice más el Evangelio. José, pasado el tiempo, luchando y bregando para proteger, cuidar y sacar adelante a las dos almas que el Cielo le encomendó, recibe un nuevo mensaje. Es hora de andar. Es hora de volver a las tierras que una vez fueron peligrosas para ellos. Es hora de comenzar de nuevo la aventura. No hay tiempo para programar o calcular. Una voz de lo alto prueba de nuevo el temple de José. Y José responde. Hay una nueva misión. Y José cumple.

Tres trazos breves pero contundentes del hombre que hoy celebramos y que la Iglesia recuerda con cariño entrañable. Dios a él confió el Plan de la Redención de toda la humanidad. Sus hombros tuvieron que soportar el peso de la responsabilidad. Sus ojos y su inteligencia tuvieron que velar por los tesoros del Padre: la Virgen Santísima y el Verbo encarnado. Y José no lo defraudó. José fue fiel. José cumplió su misión.

Agradezcamos a Dios por el ejemplo callado y eficaz de quien, por su humildad y obediencia, fue digno de ser llamado padre de Jesús. Imitemos su ejemplo de docilidad y adhesión a la Voluntad de Dios. Pidamos a él su intercesión para que nuestra vida siga los mismos derroteros de fidelidad y entrega al Plan de Dios.

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