Las bodas de Caná Relato del Evangelio según San Juan (Jn 2,1-12)
Tres días después se celebraba una boda en Caná de
Galilea y estaba allí la madre de Jesús. Fue invitado también a la boda
Jesús con sus discípulos. Y, como faltara vino, porque se había acabado
el vino de la boda, le dice a Jesús su madre: «No tienen vino.» Jesús le
responde: «¿Qué tengo yo contigo, mujer? Todavía no ha llegado mi
hora.» Dice su madre a los sirvientes: «Haced lo que él os diga.»
Había allí seis tinajas de piedra, puestas para las
purificaciones de los judíos, de dos o tres medidas cada una. Les dice
Jesús: «Llenad las tinajas de agua.» Y las llenaron hasta arriba.
«Sacadlo ahora, les dice, y llevadlo al maestresala.» Ellos lo llevaron.
Cuando el maestresala probó el agua convertida en vino, como ignoraba
de dónde era (los sirvientes, los que habían sacado el agua, sí que lo
sabían), llama el maestresala al novio y le dice: «Todos sirven primero
el vino bueno y cuando ya están bebidos, el inferior. Pero tú has
guardado el vino bueno hasta ahora.» Así, en Caná de Galilea, dio Jesús
comienzo a sus señales. Y manifestó su gloria, y creyeron en él sus
discípulos. Después bajó a Cafarnaúm con su madre y sus hermanos y sus
discípulos, pero no se quedaron allí muchos días.
En Caná, María induce a Jesús a realizar el primer milagro Catequesis de Juan Pablo II (5-III-97)
1. Al referir la presencia de María en la vida
pública de Jesús, el concilio Vaticano II recuerda su participación en
Caná con ocasión del primer milagro: «En las bodas de Caná de Galilea
(…), movida por la compasión, consiguió, intercediendo ante él, el
primero de los milagros de Jesús el Mesías (cf. Jn 2,1-11)» (Lumen gentium, 58).
Siguiendo al evangelista Juan, el Concilio destaca el
papel discreto y, al mismo tiempo, eficaz de la Madre, que con su
palabra consigue de su Hijo «el primero de los milagros». Ella, aun
ejerciendo un influjo discreto y materno, con su presencia es, en último
término, determinante.

El Concilio, en el texto citado, usa la expresión:
«Movida por la compasión», dando a entender que María estaba impulsada
por su corazón misericordioso. Al prever el posible apuro de los esposos
y de los invitados por la falta de vino, la Virgen compasiva sugiere a
Jesús que intervenga con su poder mesiánico.
A algunos la petición de María les parece
desproporcionada, porque subordina a un acto de compasión el inicio de
los milagros del Mesías. A la dificultad responde Jesús mismo, quien, al
acoger la solicitud de su madre, muestra la superabundancia con que el
Señor responde a las expectativas humanas, manifestando también el gran
poder que entraña el amor de una madre.
2. La expresión «dar comienzo a los milagros», que el
Concilio recoge del texto de san Juan, llama nuestra atención. El
término griego árxé, que se traduce por inicio, principio, se encuentra ya en el Prólogo de su evangelio: «En el principio
existía la Palabra» (Jn 1,1). Esta significativa coincidencia nos lleva
a establecer un paralelismo entre el primer origen de la gloria de
Cristo en la eternidad y la primera manifestación de la misma gloria en
su misión terrena.
El evangelista, subrayando la iniciativa de María en
el primer milagro y recordando su presencia en el Calvario, al pie de la
cruz, ayuda a comprender que la cooperación de María se extiende a toda
la obra de Cristo. La petición de la Virgen se sitúa dentro del
designio divino de salvación.
En el primer milagro obrado por Jesús los Padres de
la Iglesia han vislumbrado una fuerte dimensión simbólica, descubriendo,
en la transformación del agua en vino, el anuncio del paso de la
antigua alianza a la nueva. En Caná, precisamente el agua de las
tinajas, destinada a la purificación de los judíos y al cumplimiento de
las prescripciones legales (cf. Mc 7,1-15), se transforma en el vino
nuevo del banquete nupcial, símbolo de la unión definitiva entre Dios y
la humanidad.
3. El contexto de un banquete de bodas, que Jesús
eligió para su primer milagro, remite al simbolismo matrimonial,
frecuente en el Antiguo Testamento para indicar la alianza entre Dios y
su pueblo (cf. Os 2,21; Jr 2,1-8; Sal 44; etc.) y en el Nuevo Testamento
para significar la unión de Cristo con la Iglesia (cf. Jn 3,28-30; Ef
5,25-32; Ap 21,1-2; etc.).
La presencia de Jesús en Caná manifiesta, además, el
proyecto salvífico de Dios con respecto al matrimonio. En esa
perspectiva, la carencia de vino se puede interpretar como una alusión a
la falta de amor, que lamentablemente es una amenaza que se cierne a
menudo sobre la unión conyugal. María pide a Jesús que intervenga en
favor de todos los esposos, a quienes sólo un amor fundado en Dios puede
librar de los peligros de la infidelidad, de la incomprensión y de las
divisiones. La gracia del sacramento ofrece a los esposos esta fuerza
superior de amor, que puede robustecer su compromiso de fidelidad
incluso en las circunstancias difíciles.
Según la interpretación de los autores cristianos, el
milagro de Caná encierra, además, un profundo significado eucarístico.
Al realizarlo en la proximidad de la solemnidad de la Pascua judía (cf.
Jn 2,13), Jesús manifiesta, como en la multiplicación de los panes (cf.
Jn 6,4), la intención de preparar el verdadero banquete pascual, la
Eucaristía. Probablemente, ese deseo, en las bodas de Caná, queda
subrayado aún más por la presencia del vino, que alude a la sangre de la
nueva alianza, y por el contexto de un banquete.
De este modo María, después de estar en el origen de
la presencia de Jesús en la fiesta, consigue el milagro del vino nuevo,
que prefigura la Eucaristía, signo supremo de la presencia de su Hijo
resucitado entre los discípulos.
4. Al final de la narración del primer milagro de
Jesús, que hizo posible la fe firme de la Madre del Señor en su Hijo
divino, el evangelista Juan concluye: «Sus discípulos creyeron en él»
(Jn 2,11). En Caná María comienza el camino de la fe de la Iglesia,
precediendo a los discípulos y orientando hacia Cristo la atención de
los sirvientes.
Su perseverante intercesión anima, asimismo, a
quienes llegan a encontrarse a veces ante la experiencia del «silencio
de Dios». Los invita a esperar más allá de toda esperanza, confiando
siempre en la bondad del Señor.
[L’Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, del 7-III-97

No hay comentarios:
Publicar un comentario