En el año 1950, cuando se declaró el
Dogma de la Asunción de la Santísima Virgen María
al Cielo, y en los meses previos a la Declaración, a pesar de que
las comunicaciones entre los diversos países del mundo no podían
equipararse en rapidez y eficiencia con las comunicaciones actuales, el
tema de la Asunción de la Virgen en cuerpo y alma al Cielo, tuvo
bastante difusión y se le dio mucha importancia, tanto en los medios
eclesiales, como en los seculares.
Pero ... ¿qué pasó luego del
aggiornamento que nos trajo el Concilio Vaticano II? ¿Dónde
quedó el Dogma de la Asunción de la Santísima Virgen
en cuerpo y alma al Cielo? Sabemos que la devoción a María
disminuyó notablemente entre los Católicos a partir de 1960.
En esa década se promovió -con mucho acierto- , pero tal
vez en desmedro de la devoción a la Santísima Virgen, un
catolicismo “Cristocéntrico”.
¿Por qué -entonces- es importante que
los Católicos recordemos y profundicemos en el Dogma de la Asunción
de la Santísima Virgen María al Cielo? El Nuevo Catecismo
de la Iglesia Católica responde a este interrogante:
“La Asunción de la Santísima
Virgen constituye una participación singular en la Resurrección
de su Hijo y una anticipación de la resurrección de los
demás cristianos” (#966).
La importancia de la Asunción para nosotros,
hombres y mujeres de comienzos del Tercer Milenio de la Era Cristiana,
radica en la relación que hay entre la Resurrección de Cristo
y la nuestra. La presencia de María, mujer de nuestra raza, ser
humano como nosotros, quien se halla en cuerpo y alma ya glorificada en
el Cielo, es eso: una anticipación de nuestra propia resurrección.
Más aún, la Asunción de María
en cuerpo y alma al cielo es un Dogma de nuestra fe católica, expresamente
definido por el Papa Pío XII hablando “ex-cathedra”.
Y ... ¿qué es un Dogma? Puesto en los términos más
sencillos, Dogma es una verdad de Fe, revelada por Dios (en la Sagrada
Escritura o contenida en la Tradición), y que además es
propuesta por la Iglesia como realmente revelada por Dios.
En este caso se dice que el Papa habla “ex-cathedra”,
es decir, que habla y determina algo en virtud de la autoridad suprema
que tiene como Vicario de Cristo y Cabeza Visible de la Iglesia, Maestro
Supremo de la Fe, con intención de proponer un asunto como creencia
obligatoria de los fieles Católicos.
¿En qué consiste, entonces, eso que
los Católicos tenemos como uno de nuestros dogmas: la Asunción
de la Santísima Virgen?
Para entender mejor en qué consiste ese privilegio
de María, hija predilecta del Padre, citamos del libro La Madre
de Dios según la Fe y la Teología, escrito en 1955, al Teólogo
Gabriel María Roschini: “Al término de su vida terrestre,
María Santísima, por singular privilegio, fue asunta en
cuerpo y alma a la gloria -gloria singularísima- del Cielo. Mientras
a todos los otros santos les glorifica Dios al término de su vida
terrena únicamente en cuanto al alma (mediante la Visión
Beatífica), y deben, por consiguiente, esperar al fin del mundo
para se glorificados también en cuanto al cuerpo, María
Santísima -y solamente Ella- fue glorificada en cuanto al cuerpo
y en cuanto al alma”.
El Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica
(#966) nos lo explica así, citando a Lumen Gentium 59, que a la
vez cita la Bula de la Proclamación del Dogma: “Finalmente,
la Virgen Inmaculada, preservada libre de toda mancha de pecado original,
terminado el curso de su vida en la tierra, fue llevada a la gloria del
Cielo y elevada al Trono del Señor como Reina del Universo, para
ser conformada más plenamente a su Hijo, Señor de los señores
y vencedor del pecado y de la muerte”.
Y el Papa Juan Pablo II, en una de sus Catequesis
sobre la Asunción, explicaba esto mismo en los siguientes términos:
“El dogma de la Asunción afirma que
el cuerpo de María fue glorificado después de su muerte.
En efecto, mientras para los demás hombres la resurrección
de los cuerpos tendrá lugar al fin del mundo, para María
la glorificación de su cuerpo se anticipó por singular privilegio”
(JP II, 2-julio-97).
“Contemplando el misterio de la Asunción
de la Virgen, es posible comprender el plan de la Providencia Divina con
respecto a la humanidad: después de Cristo, Verbo encarnado, María
es la primera criatura humana que realiza el ideal escatológico,
anticipando la plenitud de la felicidad, prometida a los elegidos mediante
la resurrección de los cuerpos” (JP II , Audiencia General
del 9-julio-97).
Continúaba el Papa: “María Santísima
nos muestra el destino final de quienes `oyen la Palabra de Dios y la
cumplen' (Lc. 11, 28). Nos estimula a elevar nuestra mirada a las alturas,
donde se encuentra Cristo, sentado a la derecha del Padre, y donde está
también la humilde esclava de Nazaret, ya en la gloria celestial”
(JP II, 15-agosto-97)
Los hombres y mujeres de hoy vivimos pendientes del
enigma de la muerte. Aunque lo enfoquemos de diversas formas, según
la cultura y las creencias que tengamos, aunque lo evadamos en nuestro
pensamiento, aunque tratemos de prolongar por todos los medios a nuestro
alcance nuestros días en la tierra, todos tenemos una necesidad
grande de esa esperanza cierta de inmortalidad contenida en la promesa
de Cristo sobre nuestra futura resurrección.
Mucho bien haría a muchos cristianos oír
y leer más sobre este misterio de la Asunción de María,
el cual nos atañe tan directamente. ¿Por qué se ha
logrado colar la creencia en el mito pagano de la re-encarnación
entre nosotros? Si pensamos bien, estas ideas extrañas a nuestra
fe cristiana se han ido metiendo en la medida que hemos dejado de pensar,
de predicar y de recordar los misterios, que como el de la Asunción,
tienen que ver con la otra vida, con la escatología, con las realidades
últimas del ser humano.
El misterio de la Asunción de la Santísima
Virgen María al Cielo nos invita a hacer una pausa en la agitada
vida que llevamos para reflexionar sobre el sentido de nuestra vida aquí
en la tierra, sobre nuestro fin último: la Vida Eterna, junto con
la Santísima Trinidad, la Santísima Virgen María
y los Angeles y Santos del Cielo. El saber que María ya está
en el Cielo gloriosa en cuerpo y alma, como se nos ha prometido a aquéllos
que hagamos la Voluntad de Dios, nos renueva la esperanza en nuestra futura
inmortalidad y felicidad perfecta para siempre.
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