Los seres humanos, tenemos por naturaleza
un afán por no pasar desapercibido, por que se note nuestra presencia y
nuestras acciones. Y ya que estamos, que los feliciten y nos digan lo
bien que hacemos las cosas. A primera visto, esto es muy buen, eleva
nuestra autoestima y nos recuerda siempre, que estamos llamados a hacer
cosas importantes y grandes.
El problema o lo negativo viene, cuando
lo hacemos sólo para ser vistos, y en detrimento de otros. Nuestras
acciones deben llevarnos a crecer y a madurar, pero no madura ni crece
quien, sólo hace las cosas para ser visto por los demás. Hay que partir
siempre del crecimiento interior, del encuentro con uno mismo y con
Aquel que nos anima y ayuda a luchar y seguir adelante.
El Evangelio de hoy, nos invita a partir
desde lo oculto, lo escondido, desde lo profundo de nuestro corazón,
donde solo estamos nosotros y el Padre. Partir desde un encuentro
profundo con Él, hace que nos encontramos también con nosotros mismos, y
que, seamos capaces, de encontrarnos con los demás hermanos.
Hay que actuar, no para ser vistos, sino para ser nosotros mismos. Para hacer en cada momento, lo que tenemos que hacer.
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