miércoles, 17 de marzo de 2021

Jesús, pongo mi vida en tus manos. Confío en ti.

 

Queridos feligreses:

La vida lleva su curso, y la liturgia quiere acompañar desde la fe cada momento del devenir humano. La pandemia mundial de la Covid-19, que se desató en marzo del año 2020, ha traspasado de parte a parte previsiones y calendarios. Nadie se atreve a hacer previsiones de futuro. Nadie se atreve a dibujar qué será de nosotros en un tiempo inmediato, incluso cercano.

La liturgia cristiana celebra un sufrimiento, un dolor, una muerte, una injusticia, un grito prolongado. La liturgia cristiana comienza en el Domingo de Ramos, cuando los habitantes de Jerusalén proclaman a Jesús como a su rey. Luego, solo tres días más tardes, este mismo Jesús, es ajusticiado.

Jesús soporta sobre sus debilitados hombros el peso de los golpes e injusticias, de las calumnias y denuncias, de los que ni cuentan, ni han contado, ni con seguridad contarán. Jesús es una víctima de la pandemia de la violencia, de la pandemia del dolor corporal, de la injusticia que siempre paga el que menos tiene o el que menos ha provocado.

Viernes Santo es día de dolor del justo. En un tiempo de pandemias, ¿acaso para la persona atada a la cama, sin esperanza, no es Viernes Santo?

Es demasiado fácil hablar del Domingo de Pascua cuando la fe sostiene el dolor y el quebranto. Es difícil celebrar la Pascua de Resurrección cuando ante nosotros la nada, la negrura de la tierra fría, es la única perspectiva.

En este momento donde todo «se recalcula», donde la pandemia «nos saca de nuestra zona de confort», donde recolocamos la jerarquía de criterios que mueven nuestra vida; en este momento, los cristianos vivimos con profundidad la entrega del Jueves Santo; la negrura de la cruz del Viernes más oscuro de la historia, y la luz amanecedora del Domingo de Pascua.

«Pandemia», palabra terrible, pero mirada no desde la desesperación, sino desde la Vida de
Jesús, que nos es regalada. Por eso podemos creer, desde nuestro interior más íntimo: «Estamos en Buenas Manos».

Dejémonos conducir por el Espíritu y crezcamos, como discípulos que somos, en el conocimiento de Jesús y en su seguimiento.

Pedro José Pérez Rguez 

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