jueves, 20 de diciembre de 2018

¡Alégrense!

Comentario a la iturgia: La liturgia tiene un tinte de esperanza. 

Por: Tais Gea | Fuente: Catholic.net 


Estamos a la mitad del tiempo de adviento. La Iglesia considera importante un momento de preparación previa a la venida del salvador. La liturgia tiene un tinte de esperanza. Sin embargo, hace una pausa. Un domingo de la alegría. El domingo gaudete. Las palabras de Pablo a los Filipenses enmarcan el día de hoy: Alégrense siempre en el Señor; se los repito: ¡Alégrense!
Nos podemos peguntar ¿de dónde nos viene esta alegría? El texto del evangelio presenta a Juan el Bautista. Éste habla de Jesús quién bautizará con el Espíritu Santo y con fuego y vendrá a hacer un juicio. El texto lo ejemplifica con la separación del trigo y la paja. Guardará el trigo en su granero y la paja en el fuego. En el fondo está hablando del juicio final. Pero ¿cuál es este juicio? ¿realmente este juicio es ocasión de nuestra alegría?
El texto de la primera lectura del profeta Isaías indica que el Señor ha levantado su sentencia pero ¿cuál es su sentencia? Nosotros, por nuestras obras quizá mereceríamos el castigo. Sin embargo, el juicio de Dios es un juicio de misericordia y de salvación. La sentencia que recibimos por nuestros actos es una sentencia de gracia. Es decir, no recibimos lo que merecemos sino que se nos da, de modo gratuito la salvación. Esta es nuestra alegría.
Cuando uno conoce su debilidad y los condicionamientos de su corazón lo único que puede hacer es suplicar y mendigar la misericordia. Solo Dios, solo Dios, puede ir más allá del pecado del hombre para introducirse a su corazón herido. Solo Dios puede ver en el pecador un hombre débil y frágil que se equivoca y cae. Solo Dios puede asumir ese pecado en si mismo y derramar toda su sangre para pagar con ese precio por los pecados y así dar la salvación gratuita e inmerecida.
Eso es lo que nos provoca la alegría del adviento. Saber esto nos hace, como dice el profeta: cantar, dar gritos de júbilo, gozarnos y regocijarnos de todo corazón. Tenemos a un Dios poderoso y salvador. Un Dios de misericordia. Que, como nos dice Pablo, sobrepasa toda inteligencia. Nosotros no llegamos a comprender la hondura del amor del Padre. Nuestra mente justiciera no deja a un lado los pecados y reclama justicia. En cambio, el Padre, solo puede dar misericordia y perdón.

Y este Dios no solamente nos ve hacia abajo y se compadece de lo pequeños que somos como si no le quedara de otra más que soportarnos. Dios no es así, al contrario. Nos dice el texto de Isaías que el Señor se goza y se complace en nosotros. Nos ama y se llena de júbilo por nuestra causa. Hace fiesta porque somos esos hijos perdidos que hemos regresado a sus brazos.
Este es el Dios al que nos acercamos a conocer, cargar y besar en el día santo de la navidad. Este es el Dios que se hace niño para enseñarnos el camino al Padre y mostrarnos que no tienen en sus manos más juicio que el de la ternura y la misericordia.
Pidamos a Dios que nos permita alegrarnos en este día de fiesta por el amor que ha tenido por nosotros:
«Padre de bondad y misericordia, somos tus hijos. No merecemos un juicio de bondad, ni una sentencia de gracia, pero te la pedimos. Danos Señor tu misericordia y tu perdón. Esto es nuestra mayor alegría. Nada nos provoca más gozo que el tenerte como Dios y salvador. Amén»

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