Queridos feligreses:
“ACEPTAR LA CRUZ…” Aceptar la cruz produce vértigo. Pero el seguimiento de Cristo implica la aceptación de la Cruz, no huir de la Cruz, permanecer al pie de la Cruz. Aceptar la cruz es vencer el dolor, la desgracia, el sufrimiento, la tristeza, la desolación, la frustración… todo aquello doloroso de nuestra vida y hacerlo sin amargura. Aceptar la cruz es imitar a Cristo y en esa imitación tener paz interior, serenidad y entereza. Aceptar la cruz es abrirse a la sorpresa, entregarse a la vida de la gracia, don de Dios, que habitualmente nos regala aquello que no esperamos pero que en realidad necesitamos. Aceptar la cruz es asumir con firmeza la vida de fe y creer y vivir en la confianza de que para Dios nada hay imposible. Estar realmente convencido de la bondad de Dios. Aceptar la cruz es poner delante de todo el amor y la humildad como razón de ser y de vivir. Aceptar la cruz es impedir que venza el mal, las pasiones desordenadas, el pecado… Aceptar la cruz es comprometerse con Cristo, abandonar los propios sueños y esperanzas y, en muchas circunstancias, llegar a perder a personas cercanas, la reputación, el trabajo y la propia vida. Aceptar la cruz… es decir y exclamar a Cristo que se haga su voluntad y no la mía. Aceptar la cruz… ¿Cómo acepto yo mi cruz cotidiana? ¿Acepto la cruz con alegría, como medio para acercarme y amar más al Señor y a los demás o como elemento de amargura? Como enseña el Catecismo de la Iglesia católica: "La fe es un acto personal: es la respuesta libre del hombre a la iniciativa de Dios que se revela a sí mismo" (n. 166). Ser capaz de decir que se cree en Dios es por lo tanto, junto a un regalo --Dios se revela, va a al encuentro de nosotros--, es un compromiso, es gracia divina y responsabilidad humana, en una experiencia de diálogo con Dios, que por amor, "habla a los hombres como amigos" (Dei Verbum, 2), nos habla a fin de que, en la fe y con la fe, podamos entrar en comunión con Él. Cuando decimos "Creo en Dios", decimos como Abraham: "Yo confío en Ti; confío en Ti, Señor", pero no como en Alguien a quien recurrir solo en los momentos de dificultad o a quien dedicar algún momento del día o de la semana. Decir "Creo en Dios" significa fundamentar en Él mi vida, dejar que su Palabra la oriente cada día, en las opciones concretas, sin temor de perder algo de mí mismo. Cuando, en el rito del Bautismo, se pregunta tres veces: "¿Crees?" --en Dios, en Jesucristo, en el Espíritu Santo, la Santa Iglesia Católica y las demás verdades de la fe--, la triple respuesta está en singular: "Yo creo", porque es mi existencia personal la que va a recibir un impulso con el don de la fe, es mi vida la que debe cambiar, convertirse. Cada vez que participamos en un Bautismo, debemos preguntarnos cómo vivimos cada día el gran don de la fe.
Vuestro Párroco-Pedro José Pérez Rodríguez
No hay comentarios:
Publicar un comentario