Hermanos y hermanas, la Cuaresma es el tiempo propicio para
renovarse en el encuentro con Cristo vivo en su Palabra, en los sacramentos y
en el prójimo. El Señor -que en los cuarenta días que
pasó en el desierto venció los engaños del Tentador― nos muestra el camino a
seguir. Que el Espíritu Santo nos guíe a realizar un verdadero camino de conversión,
para redescubrir el don de la Palabra de Dios, ser purificados del pecado que
nos ciega y servir a Cristo presente en los hermanos necesitados.
Animo a todos los fieles a que manifiesten también esta renovación
espiritual participando en las campañas de Cuaresma que muchas organizaciones
de la Iglesia promueven en distintas partes del mundo para que aumente la
cultura del encuentro en la única familia humana.
Oremos unos por otros para
que, participando de la victoria de Cristo, sepamos abrir nuestras puertas a
los débiles y a los pobres. Entonces viviremos y daremos un testimonio pleno de
la alegría de la Pascua”.
TE PROPONGO:
Se trata de que
hagas oración cada día.
Todos los días
puedes empezar el rato de oración con la "oración inicial para cada día";
después, leyendo con atención el "texto de cada día", charlas con
Dios y con María; por último, terminar rezando la "oración final".
Dos ideas previas:
1. PROHIBIDO
CORRER: Es corto; no tengas prisa en acabar. No es leer y ya está.
2. LO QUE NO ESTÁ
ESCRITO: ¿Sabes qué es lo mejor de este texto? Lo que no está escrito y tú le
digas; la conversación que tú, personalmente, tengas con Él.
ORACIÓN INICIAL
PARA CADA DÍA
Señor mío,
Jesucristo, creo firmemente que estás aquí; en estos pocos minutos de oración
que empiezo ahora quiero pedirte y agradecerte.
PEDIRTE la gracia
de darme más cuenta de que Tú vives, me escuchas y me amas; tanto, que has
querido morir libremente por mí en la cruz y renovar cada día en la Misa ese
sacrificio.
Y AGRADECERTE con
obras lo mucho que me amas: ¡ Tuyo soy, para ti nací ! ¿qué quieres, Señor, de
mí?
ORACIÓN FINAL
No me mueve, mi
Dios, para quererte el cielo que me tienes prometido, ni me mueve el infierno
tan temido para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor; muéveme el verte clavado en la Cruz y
escarnecido.
Muéveme ver tu cuerpo tan herido muéveme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor, de tal manera, que aunque no hubiera
cielo, yo te amara, y aunque no hubiera infierno, te temiera.
No me tienes que
dar porque te quiera; pues aunque lo que espero no esperara, lo mismo que te
quiero te quisiera.
Cosme Piñero
Cubas, José Francisco Santana
Jiménez y Pedro
José Pérez Rodríguez
Vuestro diácono y
párrocos
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