Queridos hermanos:
Parece que hace una eternidad, cuando el Papa Francisco nos decía en la homilía de Navidad: “Cuando oigamos hablar del nacimiento de Cristo, guardemos silencio y dejemos que ese Niño nos hable; grabemos en nuestro corazón sus palabras sin apartar la mirada de su rostro. Si lo tomamos en brazos y dejamos que nos abrace, nos dará la paz del corazón que no conoce ocaso. Este Niño nos enseña lo que es verdaderamente importante en nuestra vida. Nace en la pobreza del mundo, porque no hay un puesto en la posada para Él y su familia. Encuentra cobijo y amparo en un establo y viene recostado en un pesebre de animales. Y, sin embargo, de esta nada brota la luz de la gloria de Dios. Desde aquí, comienza para los hombres de corazón sencillo el camino de la verdadera liberación y del rescate perpetuo. De este Niño, que lleva grabados en su rostro los rasgos de la bondad, de la misericordia y del amor de Dios Padre, brota para todos nosotros sus discípulos, como enseña el apóstol Pablo, el compromiso de «renunciar a la impiedad» y a las riquezas del mundo, para vivir una vida «sobria, justa y piadosa» (Tt 2,12)”.
Pero lo cierto, es que ya estamos en Cuaresma, siguiendo el año litúrgico, la Iglesia nos invita a prepararnos a contemplar la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo
En nuestras Parroquias de Güímar hemos de ponernos en camino desde ya, el tiempo es apremiante y no podemos dejar para mañana lo que debemos hacer hoy. Esta Semana Santa será especial, para cada uno de nosotros, si dejamos que Dios entre, nos convierta y produzca el deseo y espíritu de seguimiento, semillas de Dios, aquí y ahora. Para ello, hemos de pedir a Dios por tantos hombre, mujeres, jóvenes, niños que participan en estos días en los actos religiosos, al igual que hemos de formarnos y cultivar nuestra vida espiritual, para que los actos de culto externos, como los actos de piedad y procesiones no sean el fin que justifique este tiempo de cuaresma, sino la expresión de una fe que se ha puesto en remojo, que se ha blanqueado por el Sacramento del Perdón, de la oración, del ayuno, de la abstinencia y que desde lo más hondo de su corazón, ha experimentado el amor misericordioso de Dios, que le ha levantado de la miseria del pecado y lo ha resucitado con ese amor entrañable que sólo Dios nos puede dar.
Desde el miércoles de ceniza, pasando por el retiro de cuaresma, el pregón, los vía crucis, las charlas cuaresmales, los ratos de oración, las obras de misericordia, la visita a los enfermos, el buscar un rato para hacer examen de conciencia y una buena confesión, el ayuno, la abstinencia, las distintas celebraciones y procesiones, será el criterio para saber si somos realmente verdaderos Hijos de Dios, o simplemente esto no ha servido para nada.
Este año, nuestra Semana Santa se verá enriquecida, con la incorporación de dos nuevos pasos, las imágenes del Señor Cautivo y la de El Señor Resucitado. Te invito, encarecidamente, a que no pierdas esta oportunidad, que Dios y la Iglesia te da, nunca más la volverás a tener.
El tiempo de Cuaresma; un tiempo en el que tú y yo tenemos que reflexionar mucho sobre nuestra fe, tenemos que prepararnos para la Pascua, para ese gran acontecimiento pascual, y tenemos que reflexionar sobre nuestra vida: cómo la llevamos, personalmente y comunitariamente.
En una sociedad frecuentemente ebria de consumo y de placeres, de abundancia y de lujo, de apariencia, hedonismo y de narcisismo, Él nos llama a tener un comportamiento sobrio, es decir, sencillo, equilibrado, lineal, capaz de entender y vivir lo que es importante. En un mundo, a menudo duro con el pecador e indulgente con el pecado, es necesario cultivar un fuerte sentido de la justicia, de la búsqueda y el poner en práctica la voluntad de Dios. Ante una cultura de la indiferencia, que con frecuencia termina por ser despiadada, nuestro estilo de vida ha de estar lleno de piedad, de empatía, de compasión, de misericordia, que extraemos cada día del pozo de la oración.
Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre. El misterio de la fe cristiana parece encontrar su síntesis en esta palabra. Ella se ha vuelto viva, visible y ha alcanzado su culmen en Jesús de Nazaret.
Jesús afirma que la misericordia no es solo el obrar del Padre, sino que ella se convierte en el criterio para saber quiénes son realmente sus verdaderos hijos. Así entonces, estamos llamados a vivir la misericordia, porque a nosotros en primer lugar se nos ha aplicado misericordia. El perdón de las ofensas es la expresión más evidente del amor misericordioso y para nosotros cristianos es un imperativo del que no podemos prescindir. ¡Cómo es difícil muchas veces perdonar! Y, sin embargo, el perdón es el instrumento puesto en nuestras frágiles manos para alcanzar la serenidad del corazón.
Tiempo propicio para reflexionar sobre las obras de misericordia corporales y espirituales. La predicación de Jesús nos presenta estas obras de misericordia para que podamos darnos cuenta si vivimos o no como discípulos suyos. Redescubramos las obras de misericordia corporales: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, acoger al forastero, asistir los enfermos, visitar a los presos, enterrar a los muertos. Y no olvidemos las obras de misericordia espirituales: dar consejo al que lo necesita, enseñar al que no sabe, corregir al que yerra, consolar al triste, perdonar las ofensas, soportar con paciencia las personas molestas, rogar a Dios por los vivos y por los difuntos.
Al pie de la cruz, María junto con Juan, el discípulo del amor, es testigo de las palabras de perdón que salen de la boca de Jesús. El perdón supremo ofrecido a quien lo ha crucificado nos muestra hasta dónde puede llegar la misericordia de Dios. María atestigua que la misericordia del Hijo de Dios no conoce límites y alcanza a todos sin excluir a ninguno.
¡Feliz Pascua de Resurrección!
Pedro José Pérez Rodríguez
Párroco de San Pedro Apóstol ,Santo Domingo de Guzmán y Santiago Apóstol.
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