Los padres protagonistas de la educación de los hijos
Hoy, queridos hermanos y
hermanas, quiero daros la bienvenida porque he visto entre vosotros muchas
familias. ¡Buenos días a todas las familias!
Y continuamos reflexionando sobre
la familia y hoy de una característica esencial de la familia, o sea, de su
vocación natural a educar a los hijos para que crezcan en la responsabilidad de
sí y de los otros. Lo que hemos escuchado del apóstol Pablo al inicio es muy
bonito, muy bonito. Vosotros hijos obedeced a los padres en todo, eso agrada al
Señor. Y vosotros padres, no exasperéis a los hijos, para que no se desanimen.
Esto es una regla sabia, el hijo que es educado en escuchar a los padres,
obedecer a los padres que buscan no mandar de una forma fea para no desanimar a
los hijos. Los hijos deben crecer sin desanimarse, paso a paso. Si vosotros,
una familia, padres, decís a los hijos ‘subamos esa escalera y les lleváis de
la mano paso a paso, les hacéis subir, las cosas irán bien’. Pero si les decís
‘ve allí, ve arriba’, ‘no puedo’, ‘ve’. Esto se llama exasperar a los hijos,
pedir a los hijos cosas que no son capaces de hacer. Y por eso, esta relación
entre padres e hijos es de una sabiduría, debe ser de una sabiduría, de un
equilibrio grande. Hijos obedeced a los padres, eso gusta a Dios.
Y vosotros padres, no
exasperéis a los hijos pidiendo cosas que no pueden hacer. ¿Entendido? Y eso se
hace para que los hijos crezcan en la responsabilidad de los otros, parecería
una constatación obvia, incluso también en nuestros tiempos no faltan las
dificultades. Es difícil educar para los padres que ven a los hijos solo por la
noche, cuando vuelven a casa cansados. Los que tienen la suerte de tener
trabajo. Y más difícil aún para los padres separados, con la carga de esta
condición. Es muy difícil educar pero pobres, han tenido dificultades, se
han separado y muchas veces el hijo es tomado como rehén, el padre le habla mal
de la madre, la madre le habla mal del padre. Y se hace mucho mal. Yo os digo,
matrimonios separados, nunca, nunca, nunca, tomar al hijo como rehén. Vosotros
os habéis separado por muchas dificultades y motivos, la vida os ha dado esta
prueba, pero que los hijos no sean los que lleven el peso de esta separación.
Que los hijos no sean usados como rehén contra el otro cónyuge. Que los hijos
crezcan escuchando que la madre habla bien del padre, aunque no estén juntos. Y
que el padre habla bien de la madre. Para los matrimonios separados esto es muy
importante, es muy difícil pero podéis hacerlo.
Pero, sobre todo, esta es la
pregunta, ¿cómo educar? ¿Qué tradición tenemos hoy para transmitir a nuestros
hijos?
Intelectuales “críticos” de
todo tipo han acallado a los padres de mil manera, para defender a las jóvenes
generaciones de los daños --reales o presuntos-- de la educación
familiar. La familia ha sido acusada, entre otras cosas, de autoritarismo, de
favoritismo, de conformismo, de represión afectiva que genera conflictos.
De hecho, se ha abierto una
fractura entre la familia y la sociedad. Entre familia y escuela. El pacto
educativo hoy se ha roto. Y así, la alianza educativa de la sociedad con la
familia ha entrado en crisis porque ha sido socavada la confianza recíproca.
Los síntomas son muchos. Por ejemplo, en la escuela se han erosionado las
relaciones entre los padres y los profesores. A veces hay tensiones y
desconfianza recíproca; y las consecuencias naturalmente recaen en los hijos.
Por otro lado, se han multiplicado los llamados “expertos” que han ocupado el
rol de los padres también en los aspectos más íntimos de la educación. Sobre la
vida afectiva, la personalidad y el desarrollo, sobre los derechos y los
deberes, los “expertos” saben todo; objetivos, motivaciones, técnicas. Y los
padres deben solo escuchar, aprender y adecuarse. Privados de su rol, se
convierten a menudo en excesivamente cargantes y posesivos en lo relacionado
con los hijos, hasta no corregirles nunca. ¡Pero tú no puedes corregir al hijo!
Tienden a confiar cada vez más a los ‘expertos’, también para los aspectos más
delicados y personales de su vida, dejándoles en la esquina solos; y así los
padres corren el riesgo de autoexcluirse de la vida de sus hijos. ¡Y esto es
gravísimo!
Hoy no, pensemos, hay casos no
digo que sucede siempre pero hay casos. La maestra en la escuela, regaña al
niño y hace un escrito a los padres. Yo recuerdo una anécdota personal, yo una
vez cuando estaba en cuarto de primaria dije una palabra fea a la profesora. Y
la profesora, buena mujer, hizo llamar a mi madre. Mi madre vino al día
siguiente, han hablado entre ellas y luego me llamaron. Y mi madre, delante de
la profesora me explicó que lo que había hecho era algo feo, que no se debe
hacer, pero con mucha dulzura lo ha hecho mamá. Y me dijo que pidiera perdón a
la maestra. Yo lo hice y después me quedé contento porque pensé, ha
terminado bien la historia. Pero ese era el primer capítulo. Cuando volví a
casa, comenzó el segundo capítulo. Imaginadlo vosotros. Hoy, la maestra, hace
una cosa como esta y el día siguiente, uno de los padres o los dos van a
regañar a la profesora porque los técnicos dicen que a los niños no hay que
regañarles así. ¡Han cambiado las cosas! Los padres no deben autoexcluirse de
la educación de los hijos.
Es evidente que este enfoque no
es bueno: no es armónico, no es dialógico, y en vez de favorecer la
colaboración entre la familia y las otras agencias educativas, las escuelas,
los gimnasios, tantas agencias educativas, las contrapone.
¿Cómo hemos llegado a este
punto? No hay duda de que los padres, o mejor, ciertos modelos educativos del
pasado, tenían algunos límites. ¡No hay duda! Pero es verdad que hay errores
que solo los padres están autorizados a hacer, porque pueden compensarles de
una forma que es imposible para otros. Por otro lado, lo sabemos bien, la vida
nos ha dejado poco tiempo para hablar, reflexionar, debatir. Muchos
padres están “secuestrados” por el trabajo, papá y mamá deben trabajar, y por
otras preocupaciones, avergonzados por las nuevas exigencias de los hijos y de
la complejidad de la vida actual, que es así, debemos aceptarla como es, y se
encuentran como paralizados por el miedo a equivocarse. El problema no es solo
hablar. Es más, un “dialogismo” superficial no lleva a un verdadero encuentro
de la mente y del corazón. Preguntémonos más bien: ¿tratamos de entender
‘donde’ los hijos están realmente en su camino? ¿Dónde está realmente su alma,
lo sabemos? Y sobre todo ¿lo queremos saber? ¿Estamos convencidos que ellos, en
realidad, no esperan otra cosa?
Las comunidades cristianas
están llamadas a ofrecer apoyo a la misión educativa de las familias, y lo
hacen sobre todo a la luz de la Palabra de Dios. El apóstol Pablo recuerda la
reciprocidad de los deberes entre padres e hijos: “Vosotros, hijos, obedeced a
los padres en todos; eso agrada al Señor. Vosotros, padres, no exasperéis a
vuestros hijos, para que no se desanimen”. En la base de todo está el amor, lo
que Dios nos dona, que “no falta el respeto, no falta el propio interés, no se
enfada, no tiene en cuenta el mal recibido… todo lo perdona, todo lo cree, todo
lo espera, todo lo soporta”. ¡También en las mejores familias es necesario
aguantarse y es necesaria mucha paciencia! El mismo Jesús ha pasado a través de
la educación familiar.
También en este caso, la gracia
del amor de Cristo lleva a cumplir lo que está inscrito en la naturaleza
humana. ¡Cuántos ejemplos buenos tenemos de padres cristianos llenos de
sabiduría humana! Ellos muestran que la buena educación familiar es la columna
vertebral del humanismo. Su irradiación social es el recurso que consiente
compensar las lagunas, las heridas, los votos de paternidad y maternidad que
tocan a los hijos menos afortunados. Esta irradiación puede hacer auténticos
milagros. ¡Y en la Iglesia suceden cada día estos milagros!
Deseo que el Señor done a las familias
cristianas la fe, la libertad y la valentía necesarias para su misión. Si la
educación familiar encuentra el orgullo de su protagonismo, muchas cosas
cambiarán a mejor, para los padres inciertos y los hijos desilusionados. Es
hora de que los padres y las madres vuelvan de su exilio, porque se han
autoexiliado de la educación de sus hijos, que vuelvan de su exilio y
asuman plenamente su rol educativo. Esperemos que el Señor nos dé esta gracia
de no autoexiliarse en la educación de los hijos. Y esto solamente pueda
hacerlo el amor, la ternura y la paciencia.
Papa
Francisco
No hay comentarios:
Publicar un comentario