CATEQUESIS DEL PAPA EN LA AUDIENCIA DEL DÍA, 1-10-2014.
Queridos hermanos y hermanas ¡buenos
días!
Desde el inicio el Señor ha colmado
a la Iglesia con los dones de su Espíritu, haciéndola así siempre viva y fecunda,
con los dones del Espíritu Santo. Entre estos dones, se distinguen algunos que
resultan particularmente preciosos para la edificación y el camino de la
comunidad cristiana: se trata de los carismas. En esta catequesis sobre la
Iglesia nos preguntamos: ¿qué es exactamente un carisma? ¿Cómo podemos
reconocerlo y recibirlo? Y sobre todo: ¿el hecho que en la Iglesia haya una
diversidad y una multiplicidad de carismas, debe ser visto en sentido positivo,
como una bella cosa o más bien como un problema?
En el lenguaje común, cuando se
habla de “carisma” se entiende a menudo un talento, una habilidad natural. Se
dice “esta persona tiene un especial carisma para enseñar”. Es un talento que
tiene. Así, frente a una persona particularmente brillante y cautivante, se usa
decir: ”es una persona carismática”. ¿Qué significa? No sé, pero es
carismática. Y así decimos. No sabemos que decimos pero decimos “es
carismática”.
Pero, en la perspectiva cristiana,
el carisma es mucho más que una cualidad personal, que una predisposición con
la cual se puede estar dotados: el carisma es una gracia, un don prodigado por
Dios Padre, a través la acción del Espíritu Santo. Y es un don que es dado a
alguien no porque sea más bueno que los otros o porque se lo haya merecido: es un
regalo que Dios le hace para que, con la misma gratuidad y el mismo amor, lo
pueda poner al servicio de la entera comunidad, para el bien de todos.
Hablando un poco en modo humano, se
dice así: Dios da esta cualidad, este carisma a esta persona pero no para sí
misma sino para que esté al servicio de toda la comunidad. Hoy antes de llegar
a la plaza, he recibido tantos, tantos niños minusválidos, en el aula Pablo VI.
Había tantos. Una asociación que se dedica al cuidado de estos niños. ¿Qué es?
Esta asociación, estos hombres, estas mujeres tienen el carisma de cuidar a los
niños discapacitados. Esto es un carisma.
Una cosa importante que debe ser
inmediatamente subrayada es el hecho que uno no puede entender solo si tiene un
carisma y cuál. Pero tantas veces nosotros hemos escuchado personas que dicen
“yo tengo esta cualidad, yo sé cantar muy bien”. Y nadie tiene el coraje de
decirle: “¡mejor que estés callado, porque nos atormentas a todos cuando tú
cantas!” ¡Nadie puede decir “yo tengo este carisma”! Es al interno de la
comunidad que brotan y florecen los dones con los cuales nos colma el Padre; y
es en el seno de la comunidad que se aprende a reconocerlos como un signo de su
amor por todos sus hijos.
Cada uno de nosotros, por lo tanto,
es justo que se pregunte: “¿hay algún carisma que el Señor ha hecho nacer en
mí, que el Señor ha hecho nacer en mí, en la gracia de su Espíritu, y que mis
hermanos en la comunidad cristiana han reconocido y alentado? ¿Y cómo me
comporto yo con respecto a este don: lo vivo con generosidad, poniéndolo al
servicio de todos o bien lo descuido y termino por olvidarlo? O quizás ¿se
transforma para mí en motivo de orgullo, al punto que me lamento siempre de los
otros y pretendo que en la comunidad se haga a mi modo? Son preguntas que nos
debemos hacer.
Si hay un carisma en mí, si este
carisma es reconocido por la Iglesia, y si estoy contento con este carisma o
tengo un poco de celos de los carismas de otros y quiero tener aquel carisma.
¡No! El carisma es un don. Solamente Dios lo da.
La experiencia más bella, sin
embargo, es descubrir de cuántos carismas diferentes y de cuántos dones de su
Espíritu el Padre colma a su Iglesia. Esto no debe ser visto como un motivo de
confusión, de malestar: son todos regalos que Dios hace a la comunidad
cristiana, para que pueda crecer armoniosa, en la fe y en su amor, como un solo
cuerpo, el cuerpo de Cristo.
El mismo Espíritu que da esta
diferencia de carismas hace la unidad de la Iglesia: ¡el mismo Espíritu! Ante
esta multiplicidad de carismas, nuestro corazón debe abrirse al gozo y debemos
pensar: “¡Qué cosa tan bella! Tantos dones diferentes, porque somos todos hijos
de Dios y todos amados en un modo único”. ¡Ay, entonces, si estos dones se
convierten en motivo de envidia, de división, de celos!
Como recuerda el apóstol Pablo en su
primera carta a los Corintios, capítulo 12, todos los carismas son importantes
ante los ojos de Dios y, al mismo tiempo, ninguno es insustituible. Esto
significa que en la comunidad cristiana nosotros necesitamos los unos de los
otros, y todo don recibido se actúa plenamente cuando es compartido con los
hermanos, por el bien de todos. ¡Esta es la Iglesia!
Y cuando la Iglesia, en la variedad
de sus carismas, se expresa en comunión, no puede equivocarse: es la belleza y
la fuerza del sensus fidei, de aquel sentido sobrenatural de la fe, que es
donado por el Espíritu Santo, para que, juntos, todos podamos entrar en el
corazón del Evangelio y aprender a seguir a Jesús en nuestra vida.
Hoy la Iglesia festeja la memoria de
Santa Teresa del Niño Jesús, esta santa que murió a los 24 años y que amaba
tanto a la Iglesia. Quería ser misionera, ¡pero quería tener todos los
carismas! Ella decía: yo quisiera hacer esto, esto y esto… ¡quería todos los
carismas! Fue a la oración y sintió que su carisma, era el amor.
Y dijo esta bella frase: ‘en el
corazón de la Iglesia yo seré el amor’. Este carisma, lo tenemos todos, ¡la
capacidad de amar! Pidamos hoy a Santa Teresa del Niño Jesús, esta capacidad de
amar tanto a la Iglesia ¡de amarla tanto! Y de aceptar todos aquellos carismas,
con este amor de hijos de la Iglesia, de nuestra Santa Madre Iglesia
jerárquica.
No hay comentarios:
Publicar un comentario