Mt 20, 1-16
También
hoy el evangelio va dirigido a la comunidad. Los primeros cristianos eran
judíos, aunque poco a poco se fueron agregando paganos y de otras religiones.
Cuando se escribió este evangelio, las comunidades llevaban ya muchos años de
rodaje pero seguían incorporándose nuevos miembros. Los más veteranos,
seguramente reclamaban privilegios, porque naturalmente habían conseguido una
perfección que los neófitos no podían tener.
Esta
parábola intenta advertir a los cristianos de su comunidad que no es ningún
privilegio haber accedido a la fe antes que los demás. Este sentimiento de
superioridad estaba muy arraigado en el pensamiento judío. Ellos eran los
elegidos y los privilegiados. Dios no podía tratar a los demás como tenía
obligación de tratarlos a ellos.
También
hoy nos hemos saltado todo el capítulo 19. El contexto inmediato es muy
interesante.
Jesús
acaba de decir al joven rico que venda todo lo que tiene y le siga.
A
continuación, Pedro se destaca, una vez más, y dice a Jesús: "Pues
nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido. ¿Qué tendremos?".
Jesús
le promete cien veces más, pero termina con esa frase enigmática: "Hay
primeros que serán últimos, y últimos que serán primeros".
Inmediatamente
después viene el relato de hoy, que repite al final la misma frase, pero
invirtiendo los términos; dando a entender que la parábola es una demostración
de que la frase de marras se hace realidad, y que nadie debe hacerse ilusiones.
Las
lecturas de los tres últimos domingos han desarrollado el mismo tema, pero en
una progresión de ideas interesante:
el
domingo 23 nos hablaba de la corrección fraterna, es decir, del perdón al
hermano que ha fallado
el
24 nos habló de la necesidad de perdonar las deudas sin tener en cuenta la
cantidad
hoy
nos habla de la necesidad de compartir con los demás sin límites, no con un
sentido de justicia humana, sino desde el amor.
Todo
un proceso de aproximación al amor que Dios manifiesta con cada uno de
nosotros.
EXPLICACIÓN
El
relato de hoy es una mezcla de alegoría y parábola. Esto hace más difícil una
interpretación adecuada. Sabéis que en la alegoría, cada uno de los elementos
del relato significa otra realidad concreta. En la parábola, es el conjunto el
que nos lanza a otro nivel de realidad a través de una quiebra en el mismo
proceso lógico de la historia narrada.
Está
claro, por ejemplo, que la viña hace referencia al pueblo elegido, y que el
propietario hace referencia a Dios mismo. Pero también es cierto que en el
relato, hay un punto de inflexión cuando dice: "Al llegar los primeros
pensaron que recibirían más". Quiere resaltar la "injusticia" de
pagar a todos los jornaleros el mismo salario.
Desde
la lógica humana, no hay ninguna razón para que el dueño de la viña trate con
esa deferencia a los de última hora. Por otra parte, el propietario de la viña
actúa desde el amor absoluto, cosa que solo Dios puede hacer.
Tal
vez lo que nos quiere decir la parábola es que una relación de toma y daca con
Dios no tiene sentido. El trabajo en la comunidad de los seguidores de Jesús,
tiene que imitar a ese Dios, y ser totalmente desinteresado. Si tomásemos en
serio esta advertencia, ¿qué quedaría de nuestra religiosidad?
La
parábola trata de resolver un problema que se plantea desde una visión mítica
de Dios y del hombre. Dios sería el soberano y señor que tendría al hombre como
siervo y jornalero. Si tomamos conciencia de que Dios está identificado con el
ser humano, no fuera y en alguna parte del universo, no tiene sentido hablar de
retribución o paga.
Tiene
mucha miga la frase: "Los últimos serán primeros y los primeros serán
últimos". En realidad lo que nos está diciendo es que toda escala para
valorar a los seres humanos, pierde su consistencia a la hora de ser valorados
por Dios. Los criterios humanos son siempre insuficientes para enjuiciar el
grado de pertenencia al Reino de Dios.
APLICACIÓN
Debemos
de ser muy cautelosos a la hora de aplicar a nuestra vida esta parábola. Jesús
no pretende dar una lección de relaciones económicas o laborales. Cualquier
referencia a ese campo en la homilía de hoy no tiene mucho sentido.
Jesús
está hablando de la manera de comportarse Dios con nosotros, que está más allá
de toda justicia humana. Que nosotros podamos imitarle es otro cantar.
Desde
los valores que manejamos en nuestra sociedad, es imposible entender la
parábola. Hoy todo el mundo trabaja para lograr desigualdades; es decir para
tener más que el otro, estar por encima y así diferenciarse de él.
Esto
es cierto, no solo respecto a cada individuo, sino también a nivel de pueblos y
naciones. Incluso en el ámbito religioso se nos ha inculcado que tenemos que
ser mejores que los demás para recibir un premio mayor. Esta ha sido la
filosofía que ha movido la espiritualidad cristiana de todos los tiempos. Lo
que propone la parábola es algo completamente distinto. Una vez más, el
evangelio está sin estrenar.
Se
trata de romper, en la comunidad, los esquemas en los que está basada la
sociedad que se mueve únicamente por el interés. Como dirigida a la comunidad,
la parábola pretende unas relaciones humanas que estén más allá de todo interés
egoísta de individuo o de grupo. Los Hechos de los Apóstoles nos dan la pista
cuando nos dicen: "lo poseían todo en común y se distribuía a cada uno
según su necesidad".
Tampoco
se trata de imaginar que los últimos se aplicaron a trabajar más duro que los
demás, de tal manera que el propietario lo que paga son los resultados y no las
horas de trabajo. Si pensamos así, hacemos polvo el verdadero sentido de la
parábola, que pone precisamente el acento en la gratuidad del salario de los
que no trabajaron lo suficiente para ganarlo.
En
realidad lo que está en juego es una manera de entender a Dios completamente
original. Tan desconcertante es ese Dios de Jesús, que después de veinte
siglos, aún no lo hemos asimilado. Seguimos pensando en un Dios que retribuye a
cada uno según sus obras.
Una
de las trabas más fuertes que impiden nuestra vida espiritual es creer que
podemos y tenemos que merecer la salvación. El don total de Dios es siempre el
punto de partida, no algo a conseguir gracias a nuestro esfuerzo.
Hoy
tenemos datos suficientes para ir incluso más allá de la parábola. No existe
retribución que valga. Dios da a todos los seres humanos lo mismo, porque Dios
se da a sí mismo y no puede partirse. La misma Escritura dice "Dios no da
el Espíritu con medida".
Dios
no tiene partes. No tiene nada que dar, porque nada puede existir fuera de Él.
Y si no tiene partes, se tiene que dar entero, es decir, infinitamente.
Es
una manera equivocada de hablar, decir que Dios nos concede esta o aquella
gracia. Dios está totalmente disponible a todos. Lo que tome cada uno dependerá
solamente de él.
Fijaros
bien: si Dios pudiera en un momento determinado darme algo en orden a mi
plenitud y no me lo diera, dejaría de ser Dios. Dios no puede ser cicatero.
Yo
tengo que ser capaz de abrirme al don de Dios; no es que Dios tenga que hacer
algo, dependiendo de mi comportamiento.
La
obra salvadora de Jesús no está encaminada a cambiar la actitud de Dios para
con nosotros; como si antes de él, estuviésemos condenados por Dios, y después
estuviésemos salvados. La salvación de Jesús consistió en manifestarnos el
verdadero rostro de Dios y cómo podemos responder a su don total.
Jesús
no vino para hacer cambiar a Dios, sino para que nosotros cambiemos con
relación a Dios, aceptando su salvación. No sigamos empeñándonos en meter a
Dios por nuestros caminos. ¡Entremos de una vez por los suyos!
Con
estas parábolas el evangelio pretende hacer saltar por los aires la idea de un
Dios que reparte sus favores según el grado de fidelidad a sus leyes, o peor
aún, según su capricho. Por desgracia hemos seguido dando culto a ese dios
interesado y que nos interesaba mantener.
Nada
tenemos que "esperar" de Dios; ya nos lo ha dado todo desde el
principio. Intentemos darnos cuenta de que no hay nada que esperar y abrámonos
a su don total, que es ya una realidad, aunque no lo hayamos descubierto.
El
mensaje de la parábola de hoy es, en el sentido más estricto, evangelio, es
decir, buena noticia: Dios es para todos igual; para todos es amor, don
infinito. Cuando decimos para todos, queremos decir para todos sin excepción.
Los
que nos creemos buenos, los que creemos y cumplimos todo lo que Dios quiere, lo
veremos como una injusticia; seguimos con la pretensión de aplicar a Dios
nuestra manera de hacer justicia. Cómo vamos a aceptar que Dios ame a los malos
igual que a nosotros. Caería por tierra toda nuestra religiosidad que se basa
en ser buenos para que Dios nos premie o por lo menos, para que no nos
castigue.
El
evangelio propone cómo tiene que funcionar la comunidad (el Reino). ¿Sería
posible trasladar esta manera de actuar a todas las instancias civiles?
Si
se pretende esa relación imponiéndola desde el poder, no tendría ningún valor
salvífico. Pero si todos los miembros de una comunidad, sea del tipo que sea,
lo asumieran voluntariamente, sería una riqueza humana increíble, aunque no
partiera de un sentido de trascendencia.
Meditación-contemplación
"No
te hago ninguna injusticia"
No
es fácil comprender desde nuestra lógica humana
las
razones que tiene el amor para actuar sin motivación aparente.
Debemos
descubrir que el amor que Dios me tiene
nunca
puede tener su fundamento en mí, sino sólo en Él.
.......................
Esa
actitud de amor que Dios manifiesta conmigo,
es
la que tengo que imitar yo para con los demás.
Esta
es la clave de todo el evangelio.
No
tenemos que amar para que Dios nos ame,
sino
amar como Dios nos ama y porque Él ya nos ama.
"Quien
no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor".
Para
poder imitar a Dios, primero debemos conocerlo.
Lo
que Jesús intenta una y otra vez en el evangelio
es
llevarnos a ese descubrimiento del verdadero Dios.
Fray
Marcos
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