Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy
queremos resaltar otro don del Espíritu Santo, el don de ciencia. Cuando se
habla de ciencia, el pensamiento va inmediatamente a la capacidad del hombre de
conocer siempre mejor la realidad que lo circunda y de descubrir las leyes que
regulan la naturaleza y el universo. Pero la ciencia que viene del Espíritu
Santo no se limita al conocimiento humano: es un don especial que nos lleva a
percibir, a través de la creación, la grandeza y el amor de Dios y su relación
profunda con cada criatura.
1- Cuando nuestros ojos son iluminados por el Espíritu Santo, se abren a la contemplación de Dios, en la belleza de la naturaleza y en la grandiosidad del cosmos, y nos llevan a descubrir cómo cada cosa nos habla de Él, cada cosa nos habla de su amor. ¡Todo esto suscita en nosotros gran estupor y un profundo sentido de gratitud! Es la sensación que sentimos también cuando admiramos una obra de arte o cualquier maravilla que sea fruto del ingenio y de la creatividad del hombre: de frente a todo esto, el Espíritu nos lleva a alabar al Señor desde lo profundo de nuestro corazón y a reconocer, en todo lo que tenemos y somos, un don inestimable de Dios y un signo de su infinito amor por nosotros.
1- Cuando nuestros ojos son iluminados por el Espíritu Santo, se abren a la contemplación de Dios, en la belleza de la naturaleza y en la grandiosidad del cosmos, y nos llevan a descubrir cómo cada cosa nos habla de Él, cada cosa nos habla de su amor. ¡Todo esto suscita en nosotros gran estupor y un profundo sentido de gratitud! Es la sensación que sentimos también cuando admiramos una obra de arte o cualquier maravilla que sea fruto del ingenio y de la creatividad del hombre: de frente a todo esto, el Espíritu nos lleva a alabar al Señor desde lo profundo de nuestro corazón y a reconocer, en todo lo que tenemos y somos, un don inestimable de Dios y un signo de su infinito amor por nosotros.
2- En el
primer capítulo del Génesis, precisamente al inicio de toda la Biblia, se pone
en evidencia que Dios se complace de su creación, subrayando repetidamente la
belleza y la bondad de cada cosa. Al final de cada jornada, está escrito: “Dios
vio que era cosa buena” (1,12.18.21.25). Pero si Dios ve que la creación es una
cosa buena y una cosa bella, también nosotros tenemos que tener esta actitud:
de ver que la creación es cosa buena y bella. Y con el don de la ciencia, por
esta belleza, alabamos a Dios, agradecemos a Dios por habernos dado ¡tanta
belleza! Y este es el camino. Y cuando Dios terminó de crear al hombre no dijo
“vio que era cosa buena”, dijo que era “muy buena”, nos acerca a Él. Y a los
ojos de Dios nosotros somos lo más bello, lo más grande, lo más bueno de la
creación. Pero padre, ¿los ángeles? ¡No! Los ángeles están más abajo nuestro,
¡nosotros somos más que los ángeles! Lo escuchamos en el libro de los Salmos.
¡Nos quiere el Señor! Debemos agradecerle por esto.
El don de la ciencia nos pone en profunda sintonía con la Creación y nos hace partícipes de la limpidez de su mirada y de su juicio. Y es en esta perspectiva que logramos captar en el hombre y en la mujer el culmen de la creación, como cumplimiento de un designio de amor que está impreso en cada uno de nosotros y que nos hace reconocernos como hermanos y hermanas.
3. Todo esto es fuente de serenidad y de paz y hace del cristiano un gozoso testigo de Dios, en las huellas de San Francisco de Asís y otros muchos santos que supieron alabar y cantar su amor a través de la contemplación de la creación. Al mismo tiempo, sin embargo, el don de ciencia nos ayuda a no caer en algunas actitudes excesivas o equivocadas. El primero es el riesgo de considerarnos dueños de la creación. Porque la creación no es una propiedad, que podemos gobernar a voluntad; ni mucho menos, es una propiedad de sólo algunos pocos: la creación es un regalo, es un don maravilloso que Dios nos ha dado, para que lo cuidemos y lo utilicemos en beneficio de todos, siempre con gran respeto y gratitud.
La segunda actitud equivocada es la tentación de quedarnos en las criaturas, como si éstas pudieran ofrecer la respuesta a todas nuestras expectativas. Y el Espíritu Santo con el don de la ciencia nos ayuda a no caer en esto.
El don de la ciencia nos pone en profunda sintonía con la Creación y nos hace partícipes de la limpidez de su mirada y de su juicio. Y es en esta perspectiva que logramos captar en el hombre y en la mujer el culmen de la creación, como cumplimiento de un designio de amor que está impreso en cada uno de nosotros y que nos hace reconocernos como hermanos y hermanas.
3. Todo esto es fuente de serenidad y de paz y hace del cristiano un gozoso testigo de Dios, en las huellas de San Francisco de Asís y otros muchos santos que supieron alabar y cantar su amor a través de la contemplación de la creación. Al mismo tiempo, sin embargo, el don de ciencia nos ayuda a no caer en algunas actitudes excesivas o equivocadas. El primero es el riesgo de considerarnos dueños de la creación. Porque la creación no es una propiedad, que podemos gobernar a voluntad; ni mucho menos, es una propiedad de sólo algunos pocos: la creación es un regalo, es un don maravilloso que Dios nos ha dado, para que lo cuidemos y lo utilicemos en beneficio de todos, siempre con gran respeto y gratitud.
La segunda actitud equivocada es la tentación de quedarnos en las criaturas, como si éstas pudieran ofrecer la respuesta a todas nuestras expectativas. Y el Espíritu Santo con el don de la ciencia nos ayuda a no caer en esto.
Pero yo
quisiera volver a la primera vía equivocada “cuidar la creación”, no
"adueñarse de la creación". Debemos cuidar la creación, es un don que
el Señor nos ha dado, para nosotros, ¡es el regalo de Dios a nosotros! Nosotros
somos custodios de la creación, pero cuando nosotros explotamos la creación,
¡destruimos el signo de amor de Dios! Destruir la creación es decir a Dios: “no
me gusta, esto no es bueno”. ¿Y qué te gusta a ti? Me gusto a mí mismo: ¡éste
es el pecado! ¿Han visto? La custodia de la creación es precisamente la
custodia del don de Dios. Y también es decir al Señor: “gracias, yo soy el
dueño de la creación. Pero para hacerla seguir adelante yo no destruiré jamás
tu don”.
Y esta
debe ser nuestra actitud con respecto a la creación. Custodiarla, porque si
nosotros destruimos la creación, la creación nos destruirá. No olviden
esto.
Una vez,
yo estaba en el campo y escuché un dicho de parte de una persona simple, a la
cual le gustaban tanto las flores y él cuidaba estas flores y me dijo: “debemos
custodiar estas bellas cosas que Dios nos ha dado. La creación es para
nosotros; para que nosotros la aprovechemos bien. No explotarla, custodiarla.
“Porque, ¿usted sabe padre?” – así me dijo – “Dios perdona siempre”. Sí, y esto
es verdad, Dios perdona siempre. “Nosotros seres humanos, hombres y mujeres,
perdonamos algunas veces”. Y sí, algunas no perdonamos. “Pero la naturaleza,
padre, no perdona jamás y si tú no la cuidas, ella te destruirá”.
Esto debe
hacernos pensar y pedir al Espíritu Santo: este don de la ciencia para entender
bien que la creación es el más hermoso regalo de Dios. Que Él ha dicho: esto es
bueno, esto es bueno, esto es bueno y este es el regalo para lo más bueno que
he creado, que es la persona humana. Gracias.
Papa Francisco
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