viernes, 19 de julio de 2013

ORAR JUNTO A LA VIRGEN DEL CARMEN




De camino con el pueblo, fíjate en las gentes sencillas que se acercan a la Virgen. Observa sus gestos, sus signos, sus símbolos. El pueblo es siempre protagonista.

Mira sus rostros y podrás ver en ellos dibujado el evangelio de María.

Respeta su fe. Únete a ellos: “Tómate un poco de tiempo, vete como un fiel más a la casa de la Virgen, enciende un cirio, reza un avemaría de rodillas, mira el rostro de Nuestra Señora” (Cardenal Martí).


DIOS PONE LOS OJOS EN LO QUE NO CUENTA

Valora las cosas pequeñas de cada día. No desprecies las realidades humildes, te quedarías sin descubrir la belleza que esconden. Míralo todo con atención amorosa.
María estuvo envuelta en lo pequeño: su pueblo, su pobreza, su ser de mujer, sus manos aldeanas llenas de sudor y trabajo, su vestido hecho regalo en el escapulario... Pero Dios miró esa pequeñez y brotó un canto desde abajo.


DIOS VALORA HASTA UNA SIMPLE MIRADA

Es verdad que todos estamos llamados a una fe adulta y responsable, pero los grandes árboles comienzan siendo solo una semilla. Aprecia lo que brota en ti hacia la Madre: un pequeño deseo, un beso, un sencillo alzar de los ojos, una canción, una emoción. Son brechas que permiten que el Misterio se haga más humano y acampe entre nosotros. La samaritana se acercó a Jesús con su sed y su cántaro vacío, y terminó recibiendo el agua viva.


LO HUMANO NO ES AJENO A LA FE

El gran drama de nuestro tiempo es la separación entre fe y cultura. “Una fe que no se hace cultura es una fe no plenamente acogida, no totalmente pensada, ni fielmente vivida” (Juan Pablo II). Aprecia la religiosidad popular hacia la Virgen; ha logrado muy a menudo que la fe arraigue en el pueblo con una vivencia profunda. La fe y el amor a la Virgen del Carmen en la escucha de la Palabra, en la respuesta de la fe, en el gozo compartido, en la solidaridad con los crucificados, en la esperanza frente a toda desesperanza... se han hecho pueblo, han tejido la vida cotidiana de las gentes.


LA ORACIÓN SE HACE FIESTA

En los puertos de mar y en las pequeñas ermitas de la montaña, en los pueblos y ciudades, se hace fiesta el día de la Virgen del Carmen. Entra con sencillez en alguna de esas fiestas, donde se dicen pocos cosas pero las dicen todos, donde se comparte la música, la comida, el encuentro, la alegría, la fe. “En ella encuentra el pueblo la fuerza para vivir y la capacidad de volver con renovada esperanza a la lucha cotidiana” (Luis Maldonado).


EL REGALO DEL CORAZÓN DE JESÚS

María es un regalo del amor loco de Jesús, que lo da todo. Su última acción, antes de decir que todo está cumplido, es la entrega mutua del discípulo amado y su madre, convirtiéndolos en madre e hijo. Contempla despacio la escena y métete tú también en ella. Observa cómo la memoria de María se ha mantenido viva y gozosa en el corazón de la Iglesia y no se entiende una devoción a la Virgen que desvincule de la Iglesia. Desde ese momento la Virgen se ha hecho de todos, ha entrado en la casa de todos. “No hay llanto en esta tierra que no pase, María, por tus manos. No hay gozo en que no brille tu luz. No hay esperanza que tú no hayas sembrado. No hay oración que suba hacia tu Hijo sin pasar por tus blancas manos intercesoras” (José Luis Martín Descalzo).


EXPERIENCIA DE LA TERNURA

Contempla a la Virgen del Carmen como lugar de confianza, de misericordia y de perdón. Así lo han hecho muchos antes que tú al percibir en Ella el rostro materno de Dios, sintiendo su cercanía y admirando su belleza que brota de la gracia. La casa de la Virgen se ha convertido en casa de oración estando muchos ratos a solas con quien sabemos nos ama. “Mas yo siento caer sobre mi frente / vuestra dulce mirada. Y un consuelo / infinito de amor me ofrece un cielo / -que no sabré ganar- eternamente” (De Manuel Machado, ante una imagen de la Virgen del Carmen que se venera en Burgos).


EL ICONO DE MARÍA

“Quiero pintar rostros, no catedrales”, decía Van Gogh. Todo rostro esconde un misterio. Lo más bonito de la Virgen del Carmen es su rostro, que deja adivinar la belleza de su corazón. Mira, con ojos de estupor y de sorpresa, con ojos orantes, el rostro de María. Pinta, de tanto mirarla, un icono en lo más profundo de tu corazón. Y salpica con la belleza de este icono tus plegarias. Así tu “rosario será el credo hecho oración” (Newman), tu Angelus una bocanada de aire fresco en las pausas del día, la Salve un encuentro de miradas, y tantos cantos “expresión de un corazón que ama” (San Agustín).


EL ESCAPULARIO

Todo un detalle de cariño de la Madre. Deja que tu desnudez se encuentre con el vestido de gracia de la Madre; deja que tu fragilidad sea fortalecida con su escapulario; deja que tu sed se encuentre con su fuente y te broten abundantes las aguas de vida. “¡Yo no quiero saber de qué está hecho / este milagro que en mi vida brilla! / ¡Yo no quiero saber cómo han venido / estas cuatro palabras de María! / Yo no quiero saber: no sabe el prado / tanta flor, tanta luz como lo habita. / Pero sé que una estrella ha descendido / y un abismo sin fondo se ha cubierto. / El amor me buscaba con gemido / y me encontró desnudo en el desierto” (Augusto Donázar).


MENSAJEROS DE UN AMOR DE MADRE

Abre tus manos, recibe lo que la Virgen del Carmen te da y vete a contárselo a los demás. María “ofrece la victoria de la esperanza sobre la angustia, de la comunión sobre la soledad, de la paz sobre la turbación, de la alegría y de la belleza sobre el tedio y la náusea, de las perspectivas eternas sobre las temporales, de la vida sobre la muerte” (Pablo VI).


Virgen del Carmen,
revístenos con tu escapulario,
revístenos con tu amor.
Conságranos en la hondura de tu amor,
conságranos en la belleza de tu mirada.
Acógenos en tu corazón
para que hagamos de nuestro corazón
una casa que te acoja.
Ven con nosotros al camino,
cuida de nuestra frágil barquilla.
No olvides que eres Madre de cada uno
y de cada una de nosotros,
que llevas nuestro rostro grabado en tu corazón.
Cuídanos para que no sucumbamos
en los mil peligros del mar
hasta que lleguemos un día felices
al ansiado puerto de la gloria celestial.
“Atráenos, Virgen María,
caminaremos en pos de ti”. 

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