La Iglesia celebra a través de estos dos apóstoles el fundamento apostólico, mediante el cual apoya directamente su piedra angular que es Cristo (cf. Ef 2,19ss).
Pedro y Pablo son los «fundadores» de nuestra fe; a partir de ellos se entabla el diálogo entre institución y carisma, a fin de hacer progresar el camino de la vida cristiana.
El pescador de Galilea empezó su extraordinaria aventura siguiendo al Maestro de Nazaret, primero, en Judea y, a continuación, tras su muerte, hasta Roma. Y aquí se quedó no sólo con su tumba, sino con su mandato, es decir, en aquellos que han subido a la «cátedra de Pedro».
Pedro continúa siendo, en los obispos de Roma, la «roca» y el centro de unidad sobre el que Cristo edifica su Iglesia.
Pablo de Tarso, el apóstol de los gentiles, se convirtió de perseguidor de Cristo en celoso misionero de su Evangelio. Atrapado por el amor al Señor, Cristo llegó a ser para él su mayor pasión (2 Cor 5,14), hasta el punto de decir: «Ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí» (Gal 2,20).
Su martirio revelará la sustancia de su fe.
La evangelización de estas dos columnas de la Iglesia no se apoya en un mensaje intelectual, sino en una praxis profunda, sufrida y atestiguada con la palabra de Jesús. Precisamente en la Liturgia encontramos:
Misal romano, prefacio propio de la misa de
la solemnidad de los santos Pedro y Pablo.
la solemnidad de los santos Pedro y Pablo.
Enfoquémonos ahora en estas palabras:
«Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia».
Con ellas, nos puede quedar claro que la Iglesia no es una sociedad de librepensadores, sino que es la sociedad - o mejor aún, la comunidad - de los que se unen a Pedro en la proclamación de la fe en Jesucristo.
Quien edifica la iglesia es Cristo. Es él quien elige libremente a un hombre y lo pone en la base. Pedro no es más que un instrumento, la primera piedra del edificio, mientras que Cristo es quien pone la primera piedra.
Por lo anterior, no es posible estar verdadera y plenamente en la Iglesia, como piedra viva, si no se está en comunión con la fe de Pedro y con su autoridad, o, al menos, si no se tiende a estarlo.
San Ambrosio ha escrito unas palabras vigorosas que dan sentido explícito a lo expuesto: «Donde está Pedro, allí está la Iglesia».
Lo anterior no significa que Pedro sea por si solo toda la Iglesia, pero sí, que no se puede ser Iglesia sin Pedro
Autor: R. Cantalamessa, del libro “La Parola e la vita”, Roma 1978.
ORACIÓN
Dios omnipotente y eterno,
que con inefable sacramento
quisiste poner en la sede de Roma
la potestad del principado apostólico,
para que a través de ella
la verdad evangélica se difundiera
por todos los reinos del mundo,
concede que lo que se ha difundido
por su predicación en todo el orbe
sea seguido por toda la comunidad cristiana
Aparecida en:”Sacramentarium Veronense”, ed. L. C. Mohlberg, Roma 1978.
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