miércoles, 19 de septiembre de 2012

Santa María, Madre de los navegantes

"Al atardecer, sus discípulos bajaron a la orilla del mar y se embarcaron, para dirigirse a Cafarnaún, que está en la otra orilla. Ya era de noche y Jesús aún no se había reunido con ellos. El mar estaba agitado, porque soplaba un fuerte viento. Cuando habían remado unos cinco kilómetros, vieron a Jesús acercarse a la barca caminando sobre el agua, y tuvieron miedo. El les dijo: "Soy yo, no teman". Ellos quisieron subirlo a la barca, pero esta tocó tierra en seguida en el lugar adonde iban." 
(San Juan 6,16-21)
Nuestra vida se parece mucho a este viaje de los discipulos hacia Cafarnaum. ¡Tantas veces el mar de nuestra vida se ve azotado por las dificultades! Y al igual que a los Apostoles, a poco de iniciar la travesia de una alegría, algo viene a turbar el momento. Y cuando estas dificultades nos turban demasiado nos hacen perder la objetividad y puede que no advirtamos la presencia del Señor cerca nuestro.
El miedo nos desdibuja el Rostro del Señor. Le pasó a la Magdalena, que confundio a Jesus con el hortelano. Le pasó a los dicipulos que iban a Emaus que no lo reconocieron hasta la fracción del pan. Le pasó a Juan, a Pedro y a otros a orillas del mar mientras pescaban y Jesus les pregunto si habían pescado algo. Le pasó a todos los apóstoles cuando se les apareció y pensaban estar viendo un fastasma. Y nos pasa a nosotros cuando el pecado nos mete miedo en el alma, aunque no lo creamos.
 No podemos vivir sin el Señor. No podemos pasar la vida en circunstancias de pecado continuo. Debemos acercarnos al Señor en los Sacramentos, especialmente en la COnfesion. Solamente el perdón de Dios y el vivir en Gracia nos permitirá reconocerlo cerca aun en medio de los problemas de la vida y subirlo a nuestra barca. Y estando El con nosotros, sentirnos ya en el puerto, en el Cielo, aunque aun “naveguemos” en esta vida.
La Santisima Virgen Maria fue la única que no tuvo dudas al ver a su Hijo Resucitado. Porque toda su vida estuvo, desde la concepción, unida y en sintonía continua con el Corazon de su Hijo. Que Ella nos ayude a mantener el rumbo de nuestra barca. Invitemos a Maria Santisima también a navegar con nosotros. Barca que lleve a Maria, llevara también al Capitan: Jesus.
Santa Maria, Madre de los navegantes, ruega por nosotros.

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