"Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava."
(San Lucas 1,46-48)
Proclamamos
con María Inmaculada, nuestra Madre en la fe, la grandeza del Señor.
Que
se alegre nuestra alma en Dios nuestro salvador, porque a pesar de nuestra
pequeñez, no nos abandonó a la humillación del pecado, sino que nos salvó por
el sacrificio de su Hijo en la cruz.
Todas
las generaciones nos felicitarán, porque por las aguas del Bautismo grandes
obras Dios ha hecho por nosotros.
Su
nombre es Santo y podemos llamarle Padre porque nos ha hecho hijos suyos sin
ningún mérito nuestro. Y su misericordia se derrama de padres a hijos de
generación en generación.
El
hace proezas por su Iglesia dispersando las soberbias tinieblas de nuestro
corazón cuando humillados le pedimos perdón. Y derriba nuestros pecados llenándonos
con su Gracia.
Sacia
nuestra hambre de Dios dándonos a comer su propio Cuerpo y nos colma de bienes
a quienes con sinceridad lo buscamos. Y cuando neciamente no lo hacemos
creyéndonos ricos, avergonzados y vacíos quedamos despedidos.
Auxilia
a tus hijos y siervos, Señor, en sus debilidades. Acuérdate de la misericordia
que has tenido con tu Iglesia, Esposa y Madre, a través de los siglos. Tú has
sido siempre fiel a tus promesas y lo serás siempre. Derrama tu Santo Espíritu
como aquel día en el Cenáculo y aumenta nuestra fe para esperar con alegría el día
glorioso en que te contemplemos volver como te fuiste, para dar a cada uno lo
que por amor le corresponda.
Santa
María del Magníficat, ruega por nosotros.
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